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El día que mi cuerpo gritó ¡estate quieta!

El día que mi cuerpo gritó ¡estate quieta!

Siempre sentí la necesidad de comerme la vida: trabajar, estudiar, viajar, salir de fiesta, alargar mis días lo más posible. Sin saberlo estaba llevando mi cuerpo a límite hasta que un día, cansado de no ser escuchado, me gritó ¡estate quieta!

Cuando me invitaron a participar en Ladrona de Frases y reflexioné en el tema, pensé ¡qué ironía! Estaba en medio de un viaje express -y como es mi costumbre me dediqué a programar y planificar cada momento para sacarle el mayor provecho–.  

Asistí a un congreso y no pude desconectarme del todo de la oficina, en los tiempos libres hicimos networking y conocimos algunos sitios interesantes, hice una visita corta a una querida amiga y volví exhausta un domingo en la noche, para retomar labores el lunes temprano.

A mi regreso, los planes eran trabajar un día y tomarme un descanso para la Semana Santa, que obviamente que ya tenía planeada: a dónde ir, con quién, qué hacer y también revisar algunos pendientes, pero mi cuerpo me tenía noticias, sabio como siempre, me demandó sin objeción ni excusas un descanso completo y algunos días en cama, una infección respiratoria y una gripe sin tregua. 

Mi Semana Santa planeada se vio desbaratada por órdenes médicas y una receta que detallaba medicamentos tres veces al día, reposo, líquidos sin alcohol, paz mental, meditación, respiración consciente, quietud. Traducción: desacelerar con urgencia.   

Personalidad funcional

Desde que tengo memoria he vivido mis días muy corridos, hoy, después de muchos procesos de coaching y autoconocimiento me puedo entender mejor. Recuerdo mi niñez entre el colegio, médicos, cursos y clases de todo lo imaginable posible y los fines de semana de actividades culturales, que en conjunto formaron esta personalidad funcional, estructurada, donde la palabra desidia no tiene cabida.

Pero esta máquina perfecta que llamamos cuerpo físico también necesita ser escuchada  y después de años de demandarle esfuerzos sobrehumanos, creyéndome “multitasking”, me pasó la factura. Necesitaba respirar, parar, desacelerar.  

Para mí, la respiración literalmente ha sido un tema de vida. Desde niña mi salud estuvo ligada a tratar de entender cómo estos maravillosos pulmones –órganos vitales y milagrosos-, siempre necesitaron atención y cuidado. El asma controló y dictó qué actividades podía o no realizar, pero como recompensa a la disciplina y gracias a la labor de mi madre y abuela, en la adolescencia y  juventud, mi salud  me dio un respiro y no tuve que preocuparme de temas delicados por muchos años. 

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Como humana falible, aunada a la inmadurez y energía de la juventud, me olvidé de desacelerar. Siempre he querido comerme la vida: trabajar, estudiar, viajar, salir de fiesta, alargar mis días lo más posible. Sin saberlo esto llevó a mi cuerpo al límite, trató de advertirme y mi corre-corre diario ni siquiera lo notó, un día cansado de no ser escuchado, me gritó un ¡estate quieta! Ahora los pulmones se aliaron al corazón para ponerme un ultimátum. 

Fue así como empecé este camino, a las malas, por no escuchar, por no detenerme, por no desacelerar. Mi nueva normalidad me obligó a modificar mi vida, pero la fuerza de la costumbre me sigue jugando malos momentos como la reclusión obligada en mi casa esta Semana Santa. 

Estar quieta

¡Estar quieta, es una necesidad del cuerpo!

Por lo general, ahora camino más despacio, me detengo a respirar porque lo necesito. No he dejado de llenar mi agenda, de asistir a mil y una actividad, de saturar cada espacio de mi día, de soñar con días de 30 horas, pero la diferencia es que ahora trato de ser más consciente, me detengo más seguido, trato de que estas actividades tengan congruencia con esta nueva perspectiva de vida, que me llenen de energía y no me la drenen, de crear momentos con la gente que quiero, porque los días me parecen cortos.

Cuando llega la noche y me toca descansar, agradezco, medito, rezo y hago mis rituales de salud que incluyen un gordito ruidoso y celeste que me acompaña desde hace 7 años y me regala vida y oxígeno.  

Aprendí a meditar diariamente, eso aquieta un poco a la loca de la casa; respiro. Algunas tardes disfruto del atardecer en mi balcón, me he vuelto contemplativa, respiro. Cuando necesito auto animarme, escucho un podcast para aprender algo nuevo y otras veces para desarmarme de la risa hasta que me duela la panza y respiro. Juego con mi perrita, mi acompañante incondicional, leo un poema, respiro. Escucho música, leo mucho, a veces escribo y respiro.

Respirar, recordar que estoy viva, que cada instante cuenta, que entre estos latidos pausados la calma me llama.

Desacelerar es un acto de amor hacia uno mismo, es saborear cada instante el fluir lento de la vida. ¿Nos acompañamos?

Amante de la vida, el mar, los libros y la buena compañía. Cada día más humana, menos perfecta y más feliz.

Jenny Hernández – who has written posts on Ladrona de frases.


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2 Comments

  • Marolen Martínez
    abril 26, 2024, 8:29 am

    La importancia de hacer las pausas, felicitaciones por el artículo y recordarnos la importancia de escuchar nuestro cuerpo. Gracias por compartir tu experiencia.

    REPLY
    • Jenny@Marolen Martínez
      abril 26, 2024, 10:35 am

      Muchas Gracias Marolen, otra de los grandes regalos, el coincidir. Sabes que te admiro y soy tu fan.

      REPLY

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