No esperemos a estar enfermas, incapacitadas o ausentes para compartir con los amigos, que son nuestra familia por elección.

Siempre he creído que soy una mujer muy afortunada porque Dios me ha bendecido con muchísimas cosas en la vida, unas de mucho aprendizaje y otras muy buenas. Entre ellas está lo que atesoro en lo más profundo de mi corazón: mis amigas, personas que se vuelven familia por elección.

La primera persona que debo mencionar y a quien le agradezco que siempre estar ahí, es a mi mejor amigo José, con quien comparto mi vida, mi esposo es un ser humano excepcional, que me ama incondicionalmente, me aconseja, apoya, me hace ver cuando estoy mal, con su sabiduría me trasmite su punto de vista con una sutileza y amor, que me hace enamorarme cada día más de él .

Me siento muy afortunada también porque tengo los mejores amigos que se pueden tener en la vida, en alguna ocasión leí que hay que aprender a pedirle a cada amigo solo lo que puede dar, nunca lo que no puede dar. Al amigo que se acuerda de tu cumpleaños todos los años, no le pidas que venga a consolarte a las tres de la mañana, ese no vendrá porque es una persona metódica que suele acostarse temprano. Y al contrario, a la persona dispuesta a consolarte a cualquier hora de la noche, no le pidas que se acuerde de tu cumpleaños, pues se le olvida su propia fecha.  

Eso me hizo pensar que en las relaciones interpersonales hay que aceptar más al otro y armar una especie de “collage de amistad”, es decir tener un gran mural donde cada persona te aporta algo diferente. Todos tenemos el amigo que siempre llega tarde, al que hay que pasar a recoger, también está el poco generoso a quien no le debes pedir dinero, además hay un amigo al que se le va la lengua así que no le cuentes confidencias, toma tiempo para identificar a quien se le olvida todo y el amigo que lo recuerda de todo, el grupo no estaría completo sin el amigo cariñoso y el otro que le huye a los abrazos.

He aprendido a aprovechar todas las cualidades, todos los seres humanos tenemos muchas cosas valiosas que aportar y no puedo pedir perfección en mis amigos porque no soy perfecta. He aprendido a valorar muchísimo a la gente que se queda a mi lado a pesar de mis debilidades e imperfecciones -que son muchas-; puedo decir con certeza que tengo muchos amigos y eso me hace sentir muy privilegiada.

Aprovecho para compartirles que a finales del año pasado fue a visitar a una prima que vive en el interior del país. Ella acababa de enterrar a su esposo, quien falleció víctima de cáncer en los riñones. Ella me dijo: “mi esposo me decía, ahora que estoy enfermo ha venido a verme toda mi familia cercana, lejana y mis amigos. Yo pienso por qué no me acerqué más a mis amigos y a mi familia cuando aún tenía salud, por qué no los disfruté más”. Mientras ella hablaba yo pensé ¡gracias a Dios, si de algo no tengo que arrepentirme es de haber estado para mis amigos y haber disfrutado de ellos! Esos amigos que cuando los ves te duele “la panza” de tanto reír, esos que han estado contigo en tus momentos más oscuros y también a esos que con un mensaje te hacen sentir su amor, esos que no te dicen nada cuando estás llorando solo te abrazan, pero que con su silencio te hacen sentir amada y acompañada.

No esperemos a estar enfermas, incapacitadas o ausentes para compartir con la gente que nos rodea, a mis 45 años de edad he entendido que la vida es demasiado corta y que muchas veces se nos va como agua en las manos entre el afán del día a día, las preocupaciones, los compromisos y no nos tomamos un pequeño tiempo para compartir con la gente que amamos, quienes le dan esa sazón perfecta a nuestra vida. ¡Feliz mes de la amistad!