¿Cómo saber si es tiempo para desacelerar? Esa respuesta se logra cuando finalmente escuchas el lenguaje de tu cuerpo. Mi alerta llegó cuando, por una depresión profunda, pasé por una hemorragia interna que me llevó a la emergencia del hospital.

Crecí prestando oído a voces en mi cabeza que, como persistente alarma, a diario me recordaban: “hacer es ser”, “las mujeres no nos cansamos, podemos con todo”, “tomar una pausa es haraganería”. Son ideas ilógicas, pero las escucho con mi propia voz, hablándome tenaces.

El descanso obligado me visitó luego de años de moverme sin parar… sin detenerme, al punto de no darme cuenta de que llevaba semanas con una hemorragia interna a la que, a causa de una depresión profunda, no puse atención… hasta que terminé en la emergencia de un hospital con una trompa de Falopio explotada a causa de un embarazo ectópico de 14 semanas. Por milagro divino viví para contarlo.

Luego de batallar con la depresión y pasar por un proceso de duelo a causa de tan dolorosa pérdida; reflexioné ¿“por qué no me percaté de lo que mi cuerpo estaba gritando?, ¿cómo es posible vivir con ese dolor perenne sin hacer algo al respecto?, ¿por qué no me detuve?”.

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¡Cuánto me cuesta parar y detenerse! Es tan necesario desacelerar que Dios mismo destinó un día específicamente para hacerlo, es parte del diseño divino para el sano funcionamiento del ser humano.

Identifiqué esta creencia errónea, enterrada en lo más profundo de mi corazón y decidí romper con ese tóxico patrón, aprendiendo a desacelerar y pensar diferente:

– Valgo por quién soy, no por lo que hago.

– Hecho es mejor que perfecto.

– En quietud Dios me habla.

– En quietud puedo escuchar a mi cuerpo.

– Descansar es necesario, sin pausas pierdo mi esencia.

Y no es que hayan cesado las voces, sino a diario elijo creer que valgo y soy amada por quien soy, no por lo que hago, desacelerando (la mayoría de los días) un minuto a la vez.

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