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Los abrazos que nunca tuve

Los abrazos que nunca tuve

Ella solo fue una niña que creció sin los abrazos maternales que le suavizarían un poco la existencia.

Algunos días de marzo, cuando el calor empieza a sentirse como suave brasa en el cuerpo, viene a mi mente el recuerdo de aquellos días en mi tierra cálida, de cuando éramos niños y corríamos por las tardes entre las plantas del jardín de la casa de mi infancia. Hojas verdes, coloridas flores, fragantes aromas, tierra seca humedecida apenas por el agua que corría al regar las plantas. Y entre todas estas, estaba ella; con su rostro sereno, concentrada en lo que hacía o probablemente divagando entre los tantos pensamientos que solo ella pudiera tener. Solo éramos niños, no entendíamos mucho de eso, nuestra misión única era estudiar, jugar y de vez en cuando, cumplir con algunas tareas del hogar.

Nunca nos contó si alguna vez, cuando era niña, soñó con un futuro igual o diferente al que estaba viviendo, solo sabíamos que ella estaba ahí para nosotros, algunas veces en el jardín, otras veces haciendo algún trabajo de costura en su máquina Singer o sentada en la vieja butaca de madera que aún conservamos; ya algo despintada por el paso del tiempo, mientras tomaba su chocolate caliente a las cinco de la tarde, viendo su telenovela. Siempre estuvo ahí, su presencia nos daba la seguridad de que todo estaba bien en la casa, aun cuando su rostro se mostraba frío, indiferente ante cualquier situación, y sus brazos no eran precisamente el refugio a nuestros días tristes o el consuelo ante nuestras incómodas raspaduras.

Ha pasado mucho tiempo desde todos esos acontecimientos, siendo una adulta, recuerdo cuando en mi infancia muchas veces percibí la ausencia de los abrazos que otras niñas tuvieron y las hicieron sentirse amadas y protegidas, anhelando un poco esa sensación desconocida que provocara el calor de unos brazos que, aunque eran portadores de amor; pocas veces pudieron demostrarlo. Mientras escribo esto, mi niña interior llora, puedo sentir sus lágrimas recorriendo mis mejillas ante ese recuerdo, al mismo tiempo que escucho que suena en la radio, Yellow; una melodía triste de Coldplay. Ella solo quería sentir abrazos, muchos abrazos; abrazos que perduraran a través del tiempo y los recuerdos.

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Solo a través de los años pude darme cuenta que ella también era otra niña, con una historia que nunca contó del todo, con sueños que quizá nunca realizó, porque nunca tuvo derecho a soñar, como la vez que le robaron su niñez porque tenía que trabajar. Dado que, la escuela no era para las niñas. Como cuando tuvo que aceptar maltrato de sus hermanos mayores porque ella no sabía hacer los quehaceres de la casa como lo haría una mujer adulta, pero solo era una niña. Como la vez que le tocó cocinar la última cena (un caldo de pollito tierno porque no había gallinas) para su madre enferma que daba sus últimos respiros en una cama, despidiéndose de ellos, siendo apenas unos niños.

Ella solo fue una niña que creció sin los abrazos maternales que le suavizarían un poco la existencia. Nunca la peinaron para ir a la escuela, no conoció los cuadernos en los que pudiera escribir sus vivencias, no sabía encontrar en los libros el refugio a su realidad, nunca tuvo muñecas para jugar, nunca leyó cuentos infantiles ni de mágicas princesas, nadie la consoló en sus días tristes más que los perritos que eran su compañía. Y probablemente no la arropaban en las noches ni le decían lo bonita que era y lo mucho que la querían.  Ella no aprendió a cómo querer, ella posiblemente, nunca conoció el poder de los abrazos; aquellos abrazos que después necesitaría yo, no importando la edad. 

Apenas ayer visité aquella casa desde que estuve ahí en año nuevo; observé como por el verano, las flores del jardín empezaron a secarse, quedan muy pocas de las tantas que se podían apreciar. Regué las plantas que aún sobreviven, tratando de sentir su presencia, pero ella ya no estaba, como hace ocho años atrás. Quisiera decirle que, en ese tiempo, he ido aprendiendo cosas nuevas que antes no entendía, ahora ya sé cómo quererla más, como tratarla y abrazarla para darle todo el amor que retribuya al que de niña le hizo falta. Pero, yo ya no puedo abrazarla en este momento; el calor de sus débiles manos fue el último contacto físico que recibí de ella cuando la vi por última vez. Puedo sentir como su sangre corre por mis venas; a veces lenta, a veces veloz, pero no se detiene, yo que solo quiero abrazarla, me siento impotente al sentirla dentro de mí y no tenerla en mis brazos. En consecuencia, algunas veces me imagino llegando a la casa, la veo entre las flores, sonriendo como las pocas veces que la recuerdo así, me acerco, me mira, la abrazo, me abraza y le digo: – “Ya vine mami” …

Este tema forma parte de la edición especial del VI aniversario de la revista digital, El rincón de la Lectura, la que se encarga de promover la lectura y la escritura, por medio del aporte en la redacción de distintos temas tanto de escritores principiantes como de escritores con trayectoria, de distintas partes del mundo ,especialmente de Guatemala, país donde fue gestada la iniciativa que actualmente es impulsada desde Polonia.

Licenciada en Pedagogía y Ciencias de la Educación, en constante aprendizaje para optimizar el desarrollo integral del individuo. Amor por la naturaleza, (activista en la reforestación de bosques marquenses) los libros, la buena música, el café con pan y los perritos. Me considero una buena amiga y espero lo mismo que ofrezco. Soy muy sincera (cosa que no a todos les gusta), leal, romántica, sociable, confiable, hogareña. Promuevo el amor propio en las personas, principalmente en las mujeres. Espero tener oportunidades de poder influir de forma positiva en los demás.

Dinora Soto – who has written posts on Ladrona de frases.


Dinora Soto
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