Aura Violeta es una madre excepcional y una abuelita maravillosa a la que sus nietos llaman ¡mamá canche!

Mi nombre es Samantha y mi madre se llama Violeta. Crecí oyendo música de los 70 que a ella tanto le gusta: Elvis Presley, Enrique Guzmán, entre otros. Se pasaba horas escuchando discos de acetato y tarareando las letras; al regresar de su jornada como maestra de primaria la vi bailar mientras cocinaba, entre sartenes, ollas y cucharones. Su hogar siempre fue su oasis. 

Jamás la escuché quejarse del trabajo, aquella escuela fue el escenario en el que enseñó las primeras letras a más de 25 generaciones. En una época en el que el país convulsionaba por la guerra interna, las protestas estudiantiles y donde el magisterio era una institución de honorable, ella siempre estuvo dispuesta a salir a las calles y hacer valer los derechos de todos. 

Con su ejemplo me ha inculcado valores como el amor, la lealtad, la importancia de seguir nuestros sueños, la igualdad de género y que todos tenemos derecho a una vida digna. Me siento tan afortunada de tenerla en mi vida, ha sido mi guía, inspiración y un apoyo incondicional en cada momento de mi existencia donde ha estado presente, cuidando de mí y mis hermanos de la mejor manera posible.

Sin embargo, no es solo una madre excepcional, también es una abuelita maravillosa, a quien le encanta cocinar para sus nietos y siempre está pendiente de todo lo que necesitan. Su amor incondicional y su cariño son incomparables. “Mamá canche” es como sus nietos la llaman, es el pilar del hogar, su fuerza y su amor nos han enseñado el verdadero significado de la familia, el perdón y no deja de recordarnos que todos merecemos una segunda oportunidad.

Otra de sus cualidades es su capacidad para cultivar amistades sólidas a lo largo de los años. Sus amigas la quieren y respetan profundamente, siempre han estado a su lado en los momentos buenos y malos. Su calidez, generosidad y sabiduría la convierten en una persona muy querida en su círculo social y es algo que admiro de ella y trato de replicar. Sus hijos hemos recogido la cosecha de esas lindas amistades que ella ha cultivado.

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Su capacidad de sacrificio ha dejado una profunda huella en la familia y aunque por cuestiones del destino desde hace un año vive en el extranjero, sigue estando presente en nuestras vidas. Las llamadas por WhatsApp, chats y videollamadas ayudan a mantener el contacto y aplacan la nostalgia.

Tengo claro que ella se merece todo lo bueno en su nueva etapa; debe ser feliz y vivir plenamente esta segunda oportunidad que la vida le ha regalado, además los nuevos aires le brindan energía. Amo verla feliz, autosuficiente, tenaz y vibrante en la gran ciudad en donde ahora habita y eso es suficiente para mí.

Mi madre es más que una madre, es amiga, confidente y siempre será mi mayor inspiración. Ambas sabemos que la distancia no puede romper el profundo vínculo que nos une, es un lazo de amor y complicidad que trasciende fronteras y kilómetros.

En algún lado leí que en la vejez “toda hija se convierte en madre al final de los días de su madre”. Cuando ese momento llegue, solo le pido a Dios que me regale la oportunidad de cuidarla y protegerla en el ocaso de sus días y poder recompensar tanto amor que me ha dado. ¡Te amo madre, sé feliz y disfruta de la vida!