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¡En la cima del Acatenango!

¡En la cima del Acatenango!

La fuerza de los pensamientos positivos y la voluntad son más poderosos que el estado físico, esa lección la adquirí a 3,976 metros de altura, en la cima del volcán Acatenango.

Siempre soñé con subir a un volcán, no importaba cuál, para mí todos representaban el mismo reto, porque no tenía idea de lo que esto significaba. Si embargo, me propuse subir un volcán antes de cumplir los 50 años, ¡y así fue, llegué a los 48 años!

Antes de empezar debo contarles que soy una mamá de dos varones aguerridos, fuertes y aventureros. Entre tres hombres, se imaginarán el tipo de actividades y el contexto en donde me desarrollo. Y a pesar de que somos como nuégados, por la pandemia, la aventura en el volcán la emprendimos solo mi esposo y yo. 

Mi hijo mayor ya había subido al volcán de Acatenango e ingenuamente le creí cuando afirmó, sin titubear, que yo podía subir. Y aunque iba preparada con el equipo necesario para el ascenso, nadie me preparó mentalmente para lo que venía.

El día del ascenso

Llegado el día, viajamos de Cobán para la ciudad capital, el bus que nos esperaba salía a las 7:00 p.m. Tres horas después llegamos a la aldea La Soledad, ahí recibimos las recomendaciones generales de parte del guía.

A las 11:00 p.m. empezó la aventura en compañía de una hermosa luna que estaba especialmente resplandeciente. Después de horas de caminata hicimos la primera parada en una de las bases, observamos un cielo despejado lleno de estrellas, parecía que podías tocarlas con tan solo estirar el brazo. Pero a 2,500 metros sobre el nivel del mar el frío llegaba hasta los huesos.

Pasados unos 30 minutos volvimos a retomar la marcha. A medida que nos acercábamos a la cima, el ascenso se fue haciendo más difícil, poniendo a prueba nuestro cuerpo, mente y espíritu. La meta del grupo era llegar a la cima antes del amanecer, realmente en ese punto – a 3,800 m de altura– mi meta simplemente era “llegar”.

Para explicar mejor lo que viví creo apropiado usar una analogía que muchas madres van a entender. En ese momento me sentía en labor de parto, esos instantes en los que todos te dicen que pujes una vez más, que ya está cerca y tú ya no tienes fuerzas para nada…  Luego de muchas horas de trabajo de parto, finalmente tienes entre tus brazos a tu hermoso bebé y ahí olvidas todo, absolutamente todo dolor que te acompañó por horas queda en el olvido.

Así sentí mis últimos 100 metros del ascenso, ahí descubrí porqué ese tramo es conocido como la “maldita”, perfecto el nombre. Cuando llegamos a la cima olvidé todo dolor físico y quedé impactada ante tanta belleza natural, tenía enfrente al coloso y majestuoso volcán de Fuego, con sus potentes fumarolas. Había conquistado mi primera cumbre, debajo de mis pies habían 3,976 metros de altura, el dolor y el frío se habían ido.

Mi corazón palpitaba a mil por hora, las lágrimas rodaron por mi rostro, no podía creer que lo había logrado. Descubrí que la fuerza de los pensamientos positivos y la voluntad son más poderosos que tu estado físico. ¡Llegué y conquisté el Acatenango! De la mano de mi compañero de aventuras, mi esposo y amigo, que me motivó a no dejarme vencer.

Sin duda, los viajes, cerca o lejos, tienen la particularidad de exponer temores o sacudir la fuerza interior que llevamos dentro. Qué bueno si el viaje es lejos, es en un volcán o en una aventura en familia todas tienen la capacidad de dejarnos lecciones de vida.

Soy hija amada, esposa compañera, madre soñadora y amiga cómplice. Soy fan de la música ochentera, del deporte como salvavidas, de las sonrisas que no se pueden contener, del olor a tierra mojada acompañada de un buen café cobanero. Amo viajar y capturar con mi cámara esos momentos para poder vivirlos una y otra vez, y de los “y si…”

Samantha Estrada Hill de Guay – who has written posts on Ladrona de frases.


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