Todos los días la recuerdo junto con todo lo bueno que nos dio. Aunque la extraño demasiado, también la siento conmigo, en los momentos tristes y en los alegres. Mi madre, siempre, mi heroína
Siempre, siempre la comparé con un roble, por indestructible pese a las adversidades, entera, y frondosa para acogernos con su sombra. En sus brazos siempre hubo paz, refugio, quietud. El lugar seguro para reposar y estar en calma.
Desde mi infancia, cuando alguien sugería a qué personaje admiraba, sin titubear, la primera persona que tenía en mente era mi madre. Conforme pasaron los años, la respuesta era la misma. Siempre ha sido mi heroína, y las razones abundan. Empiezo mencionando que mi mama (sin tilde, como le decíamos) a los treinta y pico de años enviudó y se quedó a cargo, sola de sus cinco hijos.
A todos, toditos, nos sacó adelante. Nos dio estudio, vestimenta (siempre complaciendo nuestros gustos), comida, pero sobre todo un hogar amoroso. No solo fue una casa, fue un hogar lleno de amor, risas, travesuras, compañía, solidaridad, amigos, libros, juegos, sueños, luchas, caídas, adversidades. Ahí aprendí lo que es luchar por nuestros sueños, los que sean, pero luchar por ellos, y que nos edifiquen. Mi mama sin duda tenía varios, y no era dotarnos de cosas materiales, sino de aquellas experiencias que nos enriquecieran en valores. Entre sus prioridades estaba que tuviéramos un título, y lo consiguió.
Trabajaba de lunes a viernes, en horario de oficina. Sin duda, el sueldo no era suficiente para alimentar a cinco hijos. Los fines de semana entonces, viajaba a Tapachula a traer mercadería para vender. Las ventas siempre le gustaron, así que, motivada por alimentar y dar educación a sus hijos, dejaba en pausa su cansancio para continuar buscando la forma de cómo obtener más ingresos. Así, lo hizo por muchos años. Por supuesto que llegaba exhausta los domingos, pero el lunes estaba de nuevo en pie, para continuar con su trabajo.
En casa, también vendimos helados, granizadas, ropa, dulces, etc, para obtener más ingresos. El gusto hacia las ventas que mis hermanas y yo tenemos, sin duda, lo aprendimos de ella. Es algo que disfrutamos.
Al escribir esto se me vienen muchos recuerdos bonitos de mi infancia. De nuestras Navidades, de los cumpleaños, de las Semanas Santas, de las tradiciones, de los viajes, de la comida, de las ferias. De una infancia -en Zacapa- sin lujos quizá, pero hermosa. En casa, gracias a su ejemplo, aprendí que lo más importante es la familia. Para todo momento, la familia siempre fortalece. Ella disfrutaba mucho vernos a todos juntos -hijos, nietos, parejas, en reuniones- Eso la hacía muy feliz. Y eso también me hace feliz.
Ahora que soy madre me queda claro que de las muchas cosas que valoro de la labor que hizo mi mamá es la entereza que siempre mantuvo. Nunca se rindió, y enfrentó la vida con buen humor, con calma, con paciencia, con amor, hasta sus últimos días. ¡Qué increíble mama!
Mi madre no está físicamente con nosotros desde hace dos años y medio. Murió de cáncer, y desde el día de su muerte, también se fue con ella un pedazo de mi alma. El dolor y la tristeza se quedaron conmigo. Por supuesto, el tiempo es buen aliado y va acomodando esos sentimientos, mientras los días corren. Por fortuna tengo muchísimos recuerdos maravillosos imborrables de mi infancia, de mi adolescencia y de mi etapa de adulta, que compartimos juntas. Y es a esos que vuelvo con frecuencia, aunque la nostalgia los acompañe.
Todos los días la recuerdo junto con todo lo bueno que nos dio. Agradezco su vida y el privilegio de ser su hija. Siempre fue y seguirá siendo mi orgullo. Aunque la extraño demasiado, también la siento conmigo, en los momentos tristes y en los alegres. También puedo escuchar lo que me diría cuando la necesito, sus palabras sabias.
Sé que su ciclo terrenal terminó, pero su legado continúa muy profundo entre nosotros. Besos al cielo amada mama. Mi amor infinito.
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