Su nombre significa la reina que viene del mar. Sin embargo, quienes la conocemos sabemos que es la mamá que vino del corazón de Dios, porque ella es amor puro, desinteresado y extremo.

Sus brazos siempre están listos para contener a quien lo necesite y sus palabras reconfortan tanto a conocidos como a extraños. Jamás sales de su casa vacía porque ella se asegura de llenarte la barriga con uno de sus manjares y el corazón con su dulzura.

En el diccionario, la definición de servicio debería ir acompañada de su fotografía ya que su vida es un ejemplo de servicio que da la milla extra.

Recuerdo como si fuera ayer, una noche de lluvia, yo tenía 7 años. En aquella época no había garitas y las personas tocaban el timbre de la casa para pedir dinero o comida. En medio de la oscuridad y el chaparrón, tocó una mujer que traía en sus brazos un bebé de meses.

Cualquier otra persona le hubiera dado solo dinero, pero mi mamá no… Ella abrió la puerta y la hizo pasar. Le dio ropa seca para que se cambiara, mientras bañó, arropó al bebé y lo envolvió en una cobija amarilla hermosa. Le sirvió comida a la madre y la atendió con el mismo amor que hubiera cuidado a cualquiera de sus amigas. Cuando la lluvia pasó y los dos estaban secos, comidos, cuidados y amados, entonces los despidió para que siguieran su camino.

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Lo que más recuerdo de esa noche es el amor que envolvió toda la experiencia. El amor de Dios, es un sello que la caracteriza y la lleva a dar sin reservas a conocidos y desconocidos, que la hace ver lo que para otros es invisible y hace sentir importante a todos.

¡Amiga de todos!

Quienes me conocen saben que soy amante del Centro Histórico y en mis ratos libres doy un tour fabuloso a mis amigos.  En una ocasión, mientras salíamos de un restaurante del sector sentí miedo por unos segundos. Un hombre se paró frente a mi carro con un bate y amenazaba golpearlo si no le daba dinero al hombre que estaba parado al lado de mi ventana.

¡Me paralicé! En cuestión de segundos el hombre del bate fijó su mirada en mi copiloto, mi mamá, inmediatamente sonrío y le dijo al hombre que estaba en mi ventana que se quitara y me dejara pasar. Ambos, muy emocionados saludaron a mi mamá. Yo seguía en shock, poco a poco respiré y me volteo aliviada ¡tú y tus amigos en el bajo mundo! Fue todo lo que pude decirle.

Tres minutos después, pasando frente al parque Colón nos paró otro semáforo. En ese momento un indigente cruzó la calle, cargaba un costal que parecía pesar el mundo y de pronto su mirada se cruzó con la de mi mamá. Pude ver cómo su rostro brilló y su sonrisa lo invadió mientras la saludaba.

Esa es mi mamá, la maravillosa mujer que compraba víveres y cocinaba para más de 400 indigentes en un comedor en donde, además de darles comida, les predicaba.

En ocasiones me descubro haciendo las mismas cosas que ella, repitiendo sus palabras o haciendo visitas en el súper y olvidando las cosas de mi lista por detenerme a darle el tiempo a alguien que lo necesita, pero siempre agradeciendo a Dios ese ejemplo maravilloso que me ha dado, porque si algo quiero en mi vida, es dejar una huella de amor como la que ella deja en el corazón de quienes tenemos la dicha de tenerla en la nuestra.

Mi mamá es un regalo de Dios, no solo para mí y mi familia, sino para el mundo entero.