Se buscan mujeres genuinas, que no tengan miedo de abrir su corazón para reconocer que son imperfectas y vulnerables.
¿Cuándo ser frágiles se convirtió en una debilidad? ¿Desde cuándo admitir que hay acciones que nos sobrepasan se volvió demeritorio? ¿Cuándo nos hicimos presas de la vergüenza y pasamos a evadir nuestra humanidad?
Al parecer la lucha por ganar espacios en la sociedad y esa incesante búsqueda de igualdad nos llevó a sublevarnos para dejar de ser el “sexo débil” y convertirnos en el “sexo perfecto”. Pero no somos ni uno ni otro, ambos conceptos nos limitan y desvinculan con nuestra esencia humana, donde fulguran los defectos, cualidades, pasión y fuerza para superar los obstáculos.
Ahí, en medio de esos adjetivos calificativos permanece la vulnerabilidad, un término muy amplio que pone en contexto el riesgo que corremos en diferentes escenarios: el área emocional y física, además de todos aquellos peligros inherentes a nuestro contexto social y político.
La palabra vulnerabilidad deriva del latín vulnerabilis. Está compuesta por vulnus, que significa ‘herida’, y el sufijo -abilis, que indica posibilidad. Etimológicamente, vulnerabilidad indica una mayor probabilidad de ser herido. Debilidad, flaqueza, susceptibilidad, riesgo y amenaza son algunos términos sinónimos.
Despójate de la armadura
Es comprensible que nuestro instinto por sobrevivir nos lleve a desarrollar mecanismos para “cubrirnos” de todo aquello que nos pone en riesgo, obvio que esos sistemas son necesarios e incuestionables.
Hoy quiero enfocarme en esos intentos que van anulando nuestros sentimientos y nos convierten en mujeres inmutables e inmaculadas que intencionalmente niegan su vulnerabilidad y con ello también anulan otros sentimientos como la felicidad. Es decir, si nos resistimos a experimentar la tristeza o el dolor también le damos la espalda a la alegría. Si cerramos el corazón al desamor no podríamos disfrutar del amor.
Esa falsa perfección esquiva la vulnerabilidad. En este proceso de pandemia cuántas se han perdido entre las excesivas tareas para no exponer su temor a perder el empleo, cuántas han evadido las alertas de la actitud del hijo adolescente, cuántas han justificado las extrañas actitudes de la pareja sentimental, cuántas veces has pospuesto la cita con el ginecólogo para alargar más esa mamografía. Actitudes de esta naturaleza ocultan sentimientos más profundos como el miedo a perder la estabilidad económica, a fracasar profesionalmente, a no corregir a los hijos, terror al abandono y a la muerte…
Mientras te haces de la vista gorda, debes lucir más fuerte y autosuficiente, tienes que invertir más energía en tener todo bajo control, terminas desgastándote por dentro y finalmente detienes tu proceso natural de crecimiento en todas las áreas de tu vida. Sí, habrá heridas y después serán “cicatrices y marcas en nuestra cara que nos muestran en dónde hemos estado”, frase de la película Wonder (2017), que dice Julia Robert en su papel de mamá de Auggie Pullman.
Curiosamente entre más miedo intentas disimular, más vulnerable eres. Por ejemplo, cuando una víctima de cualquier tipo de acoso (emocional, sexual, laboral o psicológico) decide guardar silencio por evitar la vergüenza o para no ser juzgada, automáticamente le cede el control al acosador. Si en cada situación nos atreviéramos a denunciar o evidenciar esas conductas inapropiadas, socialmente haríamos la diferencia.
Permitamos que nuestros hijos sean vulnerables, enseñémosles que no deben ser perfectos y que nuestro amor no está condicionado. Enseñémosles con nuestro ejemplo, despojemos de esa armadura con la que hemos salido a enfrentar al mundo, esa que no nos deja disfrutar de las caricias de quienes nos aman, desnudémonos y permitamos que nos observen como somos.
Nuestros hijos no esperan madres perfectas, buscan madres genuinas que corren riesgos para amar, para entregar, para volver a empezar –solas o acompañadas–.
Reconcíliate contigo misma, examina de qué está hecha esa coraza y qué sentimientos o palabras la fortalecieron. Perdona, ámate y acéptate, solo así podrás aceptar a quienes te rodean.
Deja la lucha, “la grandeza yace no en la fuerza sino en el uso correcto de la fuerza; aquel o aquella cuya fuerza tenga más corazón es quien más fuerza tiene y a quien más gente atrae”. ¡Acepta tu fragilidad, debilidad, flaqueza, susceptibilidad, riesgo y amenaza!
Comments (1)
Maisays:
agosto 5, 2020 at 9:08 amlindo llamado a disfrutar nuestra humanidad!
Bienvenida imperfección!
Gracias Marly