A pesar nuestro temple de acero y capacidad de criar a los niños que sostendrán el futuro de nuestra nación, en la cultura machista se nos permite mostrar las piernas, pero casi nunca expresar las ideas y nuestra opinión se recalcula en muchos ámbitos por el simple hecho de ser mujeres, vestir falda y tacones de 12 pulgadas.
Aretes y pintalabios, condición indispensable para poner un pie afuera de mi casa. ¡Soy tan dichosa por ser mujer y disfruto expresar mi femineidad a diario! Crecí en una casa donde se celebraba la feminidad, así como la fuerza y tenacidad. Ahí también se me enseñó a soñar, a alzar mi voz, a ser vista y escuchada.
Agradezco inmensamente a Dios por darme una madre de quien aprendí a amar ser mujer y un padre que siempre me vio con ojos de magia, quien celebró mis experimentos de moda (desde mis looks punk hasta mis estética neón de fresa noventera) y en retrospectiva los veo a ambos disfrutar ser espectadores de mi viaje de autodescubrimiento. A la fecha mi guardarropa ecléctico es una celebración de la variedad. Me arreglo para mí misma y por el puro placer de ser mujer.
Dejando por un lado la pugna sin sentido de hombres vs. mujeres y creyendo fervientemente en la complementariedad de los sexos, estoy convencida de que a las mujeres nos tocó la mejor parte, siempre lo he pensado. Las mujeres hemos sido más favorecidas que los hombres – la sola posibilidad de gestar vida, de crear, de dar a luz… y no hablo solamente de ser madre, sino también de nuestra asombrosa capacidad de concebir, de acunar y de criar: ideas, negocios, relaciones, naciones y revoluciones.
Sin embargo, vivimos en una cultura donde arreglarse es “para pescar algo”, donde ser linda e inteligente no es 100% compatible. ¡Y sí, me considero linda! y también inteligente. Incomprensiblemente estas ideas han sido fomentadas por mujeres. Tristemente a lo largo de mi vida profesional me he topado incontables veces ante la bifurcación entre decir lo que pienso y “quemar mis puentes” o usar mi astucia para lograr ganar mayor terreno y luego ser escuchada.
Qué incongruente cultura machista: hay permiso para mostrar las piernas, pero casi nunca nuestras ideas. Puedes ser vista, pero no necesariamente ser escuchada. Se nos confía criar a niños que sostendrán el futuro de nuestra nación, pero se recalcula y reconsidera nuestra opinión en otros ámbitos por el simple hecho de ser mujeres, vestir falda y tacones de 12 pulgadas. ¡Sin sentido! considerando nuestra asombrosa capacidad de crianza, contundente evidencia de que logramos ejecutar mil tareas con un temple de acero, dulzura en las palabras y uñas pintadas, a pesar de nuestros desbalances hormonales y una pandemia global.
Y aunque el camino recorrido, experiencia y trayectoria me abren hoy un espacio para ser escuchada a la primera (vistiendo vestido y labial rojo), no puedo dejar de pensar en aquellas niñas y mujeres que continúan siendo invisibles, aquellas que no existen sino en la pobreza, las que nunca aprenderán a leer, las que serán madres aun en la adolescencia, las abandonadas en su vejez, las que nunca sabrán que ser única y diferente es su súper poder…
Trabajo a diario por esa realidad y estoy dispuesta a seguir peleando, con uñas y dientes, por una Guatemala donde todas seamos vistas y escuchadas, donde podamos alzar la voz con confianza y ser valoradas como consejeras a la primera. Con o sin canas pintadas, vistiendo jeans y sandalias o quilates de diamante, ser valoradas por quienes somos: mujeres.
Comments (1)
Guillermo A Pacheco-Gaitansays:
marzo 26, 2021 at 6:34 amWow que poderoso escrito que sin ser una loa feminista, despierta la defensa misma de la mujer en medio de una sociedad marcadamente machista…