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¡Superar un diagnóstico es un regalo inesperado!

¡Superar un diagnóstico es un regalo inesperado!

No sentí terror, ni me desmoroné porque algo me decía: “Ya sabes lo que te dirán.” En el hospital llevaron a nuestros hijos a una sala de juegos y a nosotros a una oficina privada. “Enviamos los resultados de la biopsia a Estados Unidos, por precaución. El diagnóstico es linfoma linfoblástico non-hodgkins.”

“¡Gracias a Dios no es maligno! ¡Te dije que todo iba a estar bien!” Mi amiga me lo decía emocionada y yo quería celebrar pero algo me lo impedía. Hasta le pedí perdón a Dios por no agradecer el regalo de este diagnóstico positivo. Una semana después recibí una llamada del hospital. No sentí terror, ni me desmoroné porque algo me decía: “Ya sabes lo que te dirán.” En el hospital llevaron a nuestros hijos a una sala de juegos y a nosotros a una oficina privada. “Enviamos los resultados de la biopsia a Estados Unidos, por precaución. El diagnóstico es linfoma linfoblástico non-hodgkins.”

Ese momento marcó nuestras vidas. Nunca hablaríamos del cáncer de la misma manera ni podríamos escuchar las historias de otros sin contener las lágrimas y pensar en palabras de ánimo que fueran más allá de un positivismo fantasioso.

Esa misma tarde llegamos a la casa y senté a mis cuatro hijos en nuestra cama. Samantha, de 9 años de edad, podía sentir que las noticias no eran buenas. Victoria de 7, Mario de 6 y Priscila de 4, aún tenían la inocencia infantil que les protegía. Les anuncié: “Los doctores nos dijeron que Victoria tiene cáncer.” Samantha inmediatamente lloró y al verla, los otros se dieron cuenta que la situación era negativa.

Victoria comprendía un poco, pues cuando entramos por primera vez al hospital de oncología pediátrica vimos a niños de todas edades que habían perdido una pierna, un brazo o un ojo. Otros se veían pálidos y demacrados, sin pelo y con un tubo en la nariz para alimentarse.

Teníamos una idea vaga de lo que estaba por venir. Sentía que estaba parada en la entrada de una larga y oscura cueva, de la mano de mi pequeña hija. Hay un verso de un libro antiguo que dice: “Todo obra para bien a los que aman a Dios.” Esa convicción fue mi ancla. Sin importar el final de esta historia, yo lo creía. Los siguientes meses fueron de mucho dolor y experiencias positivas. Los padres de otros pacientes nos levantaban el ánimo con sus palabras genuinas y empáticas

Nos llegaban notas de todas partes del mundo, desde Hong Kong hasta Nebaj, que nos hacían saber sobre las oraciones que hacían en favor de la vida de mi hija. Nuestras familias habían corrido la voz y nos vimos envueltos en tanto cuidado que hasta el día de hoy, cuando alguien me pregunta sobre este camino que nos tocó transitar no puedo decir que fue algo negativo.

Ya pasaron más de cinco años desde el día de su diagnóstico y Victoria tiene 13 años. Es fuerte y decidida. Quiere ser doctora o enfermera para ayudar a quienes sufren lo que ella vivió. Como mamá, no podría estar más orgullosa. Su fe es sólida porque sabe que el regalo inesperado de sanidad vino de Dios.

El dolor de la experiencia no desaparece. Aun escribiendo estas líneas se me llenan los ojos de lágrimas, pero hasta el sufrimiento y el dolor, en las manos de la esperanza que da Dios, se convierten en una profunda e inesperada fortaleza.

*Lee más sobre el proceso de Victoria en el grupo de Facebook: “Praying for Victoria”

Mujer de 43 años.
Madre de cuatro hijos fantásticos.
Emprendedora y amante de la naturaleza, la lectura y la aventura.

Priscila Cebeira de Sagastume – who has written posts on Ladrona de frases.


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