Abracé la promesa que mis ojos verán a mis pequeños en el cielo. Ahora disfruto a mi hijo hermoso que tengo en la tierra a quien debo enseñarle a que descubra lo bueno que es Dios.
Como toda mujer, soñé con el momento de casarme y formar mi familia. Con mi esposo siempre quisimos una familia mediana.
Nuestro sueño empezó a hacerse realidad a los tres años de casados cuando tuve a mi primer hijo, un niño que es energía pura, super intenso y musical. Después, en medio de una incertidumbre laboral, recibimos la noticia del segundo embarazo que nos llenó de ilusión y alegría.
Unas semanas después comencé a sentirme muy mal. El médico fue muy tajante al decir “lo que pasa es que tu cuerpo está rechazando al bebé y pronto lo va a sacar”. No podría explicarles el sentimiento que me inundó en ese instante y que se convirtió en la guinda del pastel por todo lo que estaba viviendo en ese periodo.
Sin duda, cada madre vive su dolor a su manera, está claro que no hay fórmulas ni sistemas establecidos para saber qué sentir cuando se pierde un hijo. No importa si apenas estaba en tu vientre. Yo comprendí que solo tenía una opción: volver mi mirada al cielo y rendir mi corazón a pesar del dolor.
Conforme pasó el tiempo el dolor fue menguando y gracias a Dios yo estaba bien para volver a intentar quedar embarazada, así que fuimos intencionales en buscar ese nuevo milagro, pero pasó más de un año y el resultado no llegaba… Me hice estudios que reflejaron que todo estaba bien y que no había razón por la que no pudiera dar positivo. No es fácil ver que las cosas no siempre salen como se desean, por eso otra vez entendí que era tiempo de entregarle a Dios mi anhelo, quién mejor que Él para cumplirlo. Tengo muy presente la oración sincera con la que deposité mi deseo en Sus manos.
Un mes después llegó la noticia. ¡Estaba embarazada! El bebé anhelado, deseado, amado y sobre todo esperado. Imaginen nuestra emoción mezclada con ese cúmulo de sentimientos y pensamientos que pasaban por la mente de una madre, por eso decidimos guardarnos la noticia hasta que ya estuviera avanzado el embarazo y saber que todo iba como debería de estar.
Una vez más empecé el embarazo con muchas complicaciones, entre ellas un sangrado abundante que me llenó de mucho temor y me llevó a aferrarme a la esperanza que Dios no iba dejar avergonzada mi fe, así que empecé a orar mucho para que todo saliera bien.
En la semana 17 acudí a mi chequeo médico y fue ahí cuando recibí la terrible noticia: “el bebé no tiene suficiente líquido, por lo que pronto va a morir y tu cuerpo lo va a expulsar”. En ese instante se derrumbó mi mundo, se me acabaron las fuerzas y lloré como nunca. Así empecé la fase de chequeos semanales para medir el líquido. Como madre mi deseo estaba puesto en la esperanza que el líquido se incrementara y que eso se reflejara en el siguiente examen.
Todo esto sucedió en el mes de diciembre, fui una y otra vez al médico hasta que llegó el día en que mi cuerpo no pudo hacer más por mi bebé y me fui al hospital sabiendo lo que venía, justo el 24 de diciembre. Solo pude aferrarme a Dios y pedirle que tomara mi mano y me ayudara, estábamos viviendo el peor momento como familia, pero tengo un Dios más grande que cualquier tragedia o dolor.
Me sumergí en esa paz que menciona la Biblia, que sobrepasa todo y que no se puede explicar. Me rendí y entendí que la voluntad de Dios era mejor que la mía, que aunque quisiera a mi bebé el mejor plan lo tiene Dios. Abracé la promesa que mis ojos verán a mis pequeños en el cielo y que me queda un hijo hermoso en la tierra a quien debo enseñarle lo bueno que es Dios.
Estas líneas resumen muchas oraciones y conversaciones con Dios, cuando no podía responderles a mis amigas o a la familia estaba derramando mi corazón en Su presencia. ¡Hoy doy gracias a Jesús porque en Su cumpleaños le pude dar un angelito! De hecho, soy una madre que ha entregado dos grandes regalos en el cielo.
Deja una respuesta