La vida está en constante evolución. Siempre estamos en movimiento y en cambios, algunos nos agradan y otros no, al final nos llevan a reinventarnos.
Me casé a los veinticuatro años y como toda joven mujer llegué al altar con muchos anhelos, ilusiones y planes para el futuro, uno de mis más grandes sueños era ejercer mi profesión a tiempo completo, a pesar de que vi a mi madre dedicarse de lleno al hogar, no porque quería sino porque las circunstancias la obligaron a hacerlo. Así que dentro de mí había una razón de peso para graduarme de la universidad y ejercer mi profesión.
Mi primer hijo, José Pablo, nació el veintisiete de septiembre de dos mil uno y las cosas cambiaron radicalmente en mi plan de vida. Este anhelado bebé nació con trisomia veintiuno y otra serie de enfermedades relacionadas; en ese momento yo tenía veintisiete años y tuve que reinventarme; dejar atrás mis sueños de ser una profesional exitosa para convertirme en una mamá de tiempo completo y no solo eso, también me tuve que reinventar para ser enfermera, terapista, sicóloga, especialista en educación especial, etc.
Este proceso duró cuatro años, tiempo que tuve a mi angelito conmigo, ahora está en el cielo, pero mi fe me dice que lo volveré a ver. Como comprenderán, una madre nunca vuelve a ser la misma después de una experiencia de esta naturaleza. Así que después de haber pasado por esta traumática experiencia mis sueños y prioridades cambiaron abruptamente.
En ese momento y con treinta años de edad, tenía un hijo de tres meses y mi único sueño era disfrutarme a ese bebé hermoso que Dios me había mandado, las 24 horas del día, todos los días. Al año ocho meses nació mi hija María Renee, mi felicidad era absoluta y decidí, con el apoyo de mi esposo, dedicarles a ellos el cien por ciento de mi tiempo. Sentía la necesidad de no perderme ni un solo momento de la vida que ellos empezaban.
Durante los últimos años comencé a ejercer parcialmente mi profesión, durante las mañanas mientras ellos están en su jornada escolar. Actualmente, Juan Esteban tiene catorce años y María Renee, doce. Son unos adolescentes que requieren cada vez menos de mis atenciones, por eso el sueño de dedicarme a mi carrera empezó hacerse cada vez más evidente, por lo tanto la reinvención se volvió a hacer necesaria, ahora quiero volver a trabajar tiempo completo y ser la profesional de éxito que soñé hace años.
A mis cuarenta y cinco he comprendido que “todo tiene su tiempo” y no hay límite de edad para realizar y retomar sueños. Puedo decir, con mucha satisfacción, que he disfrutado cada etapa de mi vida, ese tiempo de ver gatear a mis hijos, dar sus primeros pasos, sus logros en el colegio y su etapa de independencia actual que me permite retomar mi carrera profesional desde donde puedo aportar mucho a este bello país, Guatemala.
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