Durante toda mi niñez, adolescencia y parte de mi vida adulta pensé que el amor propio se ganaba.
No es fácil amarnos y aceptarnos tal cual somos. Es preciso que encontremos la fuente que nos permita vernos, amarnos y aceptarnos ¡tal cual somos!
El término amor propio es algo que suele verse como “natural”, pero si somos honestas debemos reconocer que no es fácil desarrollarlo y con frecuencia lo relacionamos con logros o metas, nada más equivocado.
Mi vida es un milagro, está llena de obras de amor, que han ido formando la mujer que soy. Durante toda mi niñez, adolescencia y parte de mi vida adulta, pensé que el amor se ganaba, creí que necesitaba lograr grandes cosas o alcanzar un sinfín de metas para merecerlo y eso desvió de mi verdadero propósito.
Fue hasta el año 2005, cuando empecé a descubrir el verdadero amor. Encontré que hay un amor puro, verdadero e incondicional que viene de la fuente más grande de amor: de Dios. Fue él quien marcó mi vida y paso a paso me permitió encontrar mi identidad, me guio para descubrir mi verdadero yo. Fue así como logré encontrar con una Sofía creativa, genuina, extrovertida, altamente social. Descubrí que era una mujer entregada, apasionada y dispuesta a dar mucho por los demás.
A partir de ese proceso he logrado avanzar a través de un largo camino, lleno de lecciones, aprendizaje, enseñanzas, caídas y levantadas que me han hecho atravesar un proceso en el que día a día aprendo que el amor propio también se cultiva.
En el año 2013, nació mi sobrina Fátima, cuando ella llegó a mi vida logré experimentar un amor diferente, muy grande y que hasta ese momento no había podido experimentar. Fátima estaba dormida, sin moverse, sin hacer nada y no requirió hacer nada para que yo la amara tanto, recuerdo muy bien que sentía tanto amor por ella que creí que el corazón me iba a estallar. Ese día entendí que Dios nos ama sin tener que forzar nada, hacer ningún mérito o lograr alguna meta, nos ama como somos y eso basta. Ese día empecé un proceso de transformación que me llevó a entender muchas cosas, entre ellas acepté que Él me había dado la vida, que dependía de mí amarme y cuidarme.
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A diferencia de muchas personas, mi proceso de desarrollar amor propio surgió de entender que era valiosa para ese ser tan especial que me creó. Tomó un proceso. Hoy, sigo aprendiendo, pero sé que amándome es como me convierto en una fuente de amor para otros y es a partir de allí que el ciclo del amor no solo fluye sino se expande de manera inimaginable.
No sé si alguna vez has tenido la tentación de hacer o lograr cosas para lograr esa aprobación de otros, pero por mi propia experiencia puedo decir que busques la razón correcta para amarte y valorarte. No son los títulos, los logros, las metas o los reconocimientos los que me hacen ser Sofía sino mi esencia, mi verdadero yo, mi identidad y simplemente ¡eso es suficiente!
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