Nos enseñaron que para salir adelante hay que ser fuertes. Báñate, píntate los labios y dale, es sinónimo de no hay tiempo para llorar sino de lucir siempre bien y darle para adelante.
Empiezo por decirles que reconozco que vengo de una cepa de mujeres extraordinarias. Todo lo que tienen ha sido porque se han esforzado, son de aquellas que aun sin fuerzas, siguen adelante. Jamás las escuché decir me siento triste, estoy abrumada, necesito llorar…
Cuando yo logro salir adelante, reconozco que su ejemplo y enseñanzas, que llevaron a alcanzar mis propios logros.
Eso sí, debo también reconocer que no fue hasta que fui mamá, lidiando con las dificultades de la vida, [que, en mi caso, se añaden unos detalles que la hicieron un poco más inestable…], que descubrí que no sabía gestionar mis emociones.
Soy una persona creativa, sensible, alegre. Mi naturaleza no es ni de “vaso medio lleno”, ni de “vaso medio vacío…”. Yo, simplemente reconozco que tengo un vaso, que es mío, que tenga lo que tenga dentro y sin importar la cantidad, y me siento agradecida por tenerlo. En otras palabras, yo soy feliz.
Una mañana al llegar a la iglesia y después de haber pasado por todo lo típico para lograr salir de la casa con dos pequeños y de llegar raspada de tiempo, la señora en la puerta del auditorio me sonrió y no solo me dijo: ¡Hola! ¿Como estás?, sino me dijo: ¡Hola! ¿Como te sientes?
¡Qué extraño fue escuchar esa pregunta! En un instante, mi cabeza tuvo un torbellino de pensamientos que volaron en círculos para aterrizar en el hecho de que, en efecto, no me sentía anímicamente bien. ¡Me sentía triste! No me había percatado por no haberme permitido sentir esa sensación…
Sin poder prevenirlo y en cuestión de segundos, las lágrimas inundaron mis ojos y se desbordaron. Le respondí: ¡Me siento triste! ¡No estoy bien! La pobre mujer no supo cómo responder. Mi reacción la tomó de sorpresa y ella desvió su mirada hacia otro lugar, sin saber qué decir…
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Crecimos en una época donde no se nos permitió sentir. Es decir, jamás aprendimos a decir: Me siento… Por lo tanto… Por ejemplo, me siento triste, por lo tanto, necesito llorar un rato.
Al contrario. Nos enseñaron que hay que ser fuertes, ponerse bien los pantalones, seguir adelante y sacar fuerzas de donde no hay. Báñate, maquíllate, arréglate y dale.
Reconocer tus fuerzas
Ahora vivimos en la época en la que se dice “tenemos dentro de nuestro ser, la capacidad de sobrellevarlo todo…” Créanme. NO la tengo. Estoy plenamente consciente que no la tengo. ¡Ya probé!
Lo que tengo, es una fe en el Dios Todopoderoso que no me rescata de todos mis problemas, sino está a mi lado, me guía y consuela mi corazón mientras paso por esos problemas y retos. Voy y me quejo con Él, a menudo en voz alta… muuuy alta.
También tengo amigas, de esas mujeres fuertes, esforzadas, y valientes, que me han apoyado y me han sostenido mientras paso por esos momentos. Llegan y lloran conmigo, me abrazan e invitan a un café o vinito para platicar y desahogarme. Me citan para una caminata al aire libre o a un paseo. Me permiten pasar por esos sentimientos y sentirlos mientras me escuchan. Me permiten pasar por el duelo, por el dolor, por la rabia, por el desencanto, por la tristeza, y luego, me ayudan a seguir adelante.
También necesitamos ser de esas mujeres unas para otras. Las que dicen: ¡Mi chula, ya! Sí, sucedió, lloraste, ahora sí, báñate, maquíllate, arréglate, ponte bonita y aplícate lápiz labial.
Así que seamos valientes unas para otras. Porque sí, se requiere de valentía para reconocer nuestros sentimientos y agallas para enfrentarlos y luego gestionarlos.
Seamos mujeres que aman de verdad, apoyándonos unas a otras, luchando hombro a hombro para salir adelante.
Vivo agradecida por mi Dios, quien ha estado conmigo y por las amigas con quienes hemos librado este tipo de batalla juntas en la trinchera de la vida. Ese es uno de los mejores regalos que como mujeres podemos darnos unas a otras.
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