La cultura antivida y la imposición de ideologías infunden miedo a la maternidad, omiten contarte que los hijos, en efecto, “no te dejan hacer nada”… nada que no sea ser mejor, nada que no sea ser feliz.
La niña que jugaba a ser mamá un día, sin darse cuenta… dejó de jugar y empezó a rechazar la idea por completo. Si estás leyendo este mensaje y no quieres ser madre, no te juzgo. Yo estuve ahí. Comprendo que cada quién tiene una historia, una razón, un por qué. Si me hubieras conocido de los once a los veinte años, te hubiera dicho que “la maternidad no es para mí.” Incluso llegué a decirle a Dios que, le donaba mi fertilidad a alguien que la quisiera -como si eso dependiera de mí-.
Tenía mis argumentos muy sólidos: “ya había demasiados niños y, que, en todo caso, adoptaría para brindarles el amor que les faltó”. Pero traer a sufrir a más niños a un mundo cruel, simplemente no era viable. Era consciente desde entonces de la realidad política y social que mi país afronta y me molestaba no poder hacer nada para cambiar la situación de otros niños, que, como yo, merecen ser felices y simplemente no tienen las mismas oportunidades. “Qué injusticia” repetía constantemente. ¿Por qué yo sí y ellos no?
Por otro lado, la industria cinematográfica iba mostrándome una idea de éxito incompleta. Hollywood me había vendido muy bien la idea. Las mujeres podemos hacer todo lo que queramos, alcanzar altos niveles de gerencia, llegar a la luna, ganar premios de ciencia, todo…menos, ser madres y profesionales a la vez, “debía decidir entre una o la otra”.
No obstante, seguía confundida. Estaba dispuesta a sacrificar lo primero para dedicarme a la academia completamente y buscar soluciones sin “interrupciones” porque los hijos “no te dejan hacer nada”. Según yo, haría un bien mayor siendo una “abogada que una madre abnegada”. Reconozco que aún no tenía los conceptos de matrimonio, vida, familia y libertad claros. Hay que ser dóciles para permitirnos aprender y dejarnos guiar, sobre todo… reconocer cuando existen heridas que debemos sanar.
Para mi fortuna, Dios sale a mi encuentro y como sólo Él sabe hacerlo, coloca todo en su lugar, a su tiempo. Va mostrándome la misión que tiene para mí, me enseñó desde temprana edad que debía ser abogada para luchar por proteger al más indefenso. Ahora sé, que se trata de defender al niño por nacer y a la niñez en general, esto último, jamás me hubiera pasado por la mente, pero a medida que avanzo, lo veo más claro.
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Nuestra madre del cielo, por su parte intercedió por mí, y me llamó dándome una vocación especial: el matrimonio. Mostrándome con su ejemplo de vida que sí se puede transformar el mundo desde el hogar. Con su “fiat”, ella redimió la humanidad y no precisamente contaba con un título universitario, sino más bien, el de madre, esposa e hija de Dios. Dejándome claro que tanto mi profesión como mi vocación no pelean, sino más bien, se complementan.
Me casé por la iglesia católica a la edad de 24 años. Un año después estábamos esperando a nuestro primer bebé, Gianluca cuyo nombre significa “don del Señor”. Me faltaba un paso para graduarme, un examen técnico profesional de la fase privada.
Lo que no entendía, era que debía suceder de esa manera. Que no tenía que perder el punto de vista sobrenatural, viendo detrás de cada acontecimiento a Dios. Buscándolo en el centro de mi alma descubrí, que el estar abierta a la vida, esa entrega total en el matrimonio que había elegido voluntariamente y que confirmé ante el altar, es y será siempre la correcta.
Por momentos, sentí una ansiedad profunda, dudé en que podría lograrlo, tuve miedo de no cumplir el propósito que Dios tiene para mí, de no cumplir la promesa a mis padres (de graduarme), de no ser el ejemplo de mis hermanos, de no lograr ese título académico por el que me visualicé desde niña, y de defraudar al amor de mi vida, que siempre creyó en que sería la mejor Abogada y Notaria; al grado de dejar su país, Alemania, para que yo pudiera ejercer mi profesión en mi querida patria.
Con certeza, la llegada de mi hijo fue la motivación que necesitaba para culminar mi etapa universitaria, me hizo salir de mi egoísmo, de mi vanidad, de mi zona de confort e hizo traer de vuelta a esa niña que jugaba con su muñeca. Podré decirle, que lo logramos juntos. Nos graduamos juntos. Con él descubrí que los hijos, en efecto, “no te dejan hacer nada”… nada que no sea ser mejor, nada que no sea ser feliz.
Nos han hecho daño. La cultura antivida, la imposición de ideologías, presión social, traumas generacionales, heridas de la infancia, entre otros, han dejado una huella profunda en nuestro ser, nos han infundado miedo a lo más bello, nos están alejando de experimentar la verdadera plenitud de la vida de una persona, la maternidad y paternidad, respectivamente. Que no nos quiten lo más preciado de la vida, a nuestra familia, nuestra verdadera felicidad.
Comments (2)
Paula Moralessays:
junio 8, 2023 at 12:45 pmExcelente artículo. ¡Me encantó!
Paula Pamelasays:
junio 10, 2023 at 2:27 pmGracias por leerme mi Pau. Te quiero.