Esa creencia aferrada a mi inconsciente: “Si la gente nos conociera como realmente somos, si nos vieran sin ningún filtro, no nos aceptarían.”
Durante muchos años, adopté en mi mente una de esas pequeñas mentiras insidiosas y repetitivas que inconscientemente, mantuvo bloqueadas muchas emociones, además de ser la gasolina para vivir una vida en automático.
“Si la gente nos conociera cómo realmente somos, si nos vieran sin ningún filtro, no nos aceptarían.” Esa creencia aferrada a mi inconsciente, rondó mi mente y se convirtió en disparador para intentar aparentar ser la mujer perfecta, compuesta, productiva y eficiente. Sin darme cuenta que esta no era mi verdad ni mi esencia.
Además, una exigencia personal conmigo misma de pelear por mantener un cuerpo y belleza aceptable: un peso delgado, ideal, musculoso, pulido, una piel sin arrugas, sin manchas, sin estrías, y el cabello largo, sin canas, lustroso, impecable.
El “buen comportamiento”, acompañado del temor a opinar, a preguntar, a debatir, a expresar, y a ser “prudente” y “discreta” en todo momento, también me llevó a aprender a caminar en cáscaras de huevo, sigilosamente, midiendo cada paso, para evitar cometer cualquier error que pudiera desenmascarar mis imperfecciones.
Poco a poco, estas pequeñas mentiras que mi mente creyó, fueron sumando. Y se acumularon hasta llevarme a un nivel de perfeccionismo en el cual llegué a padecer altos niveles de ansiedad y depresión. Yo misma me auto impuse un alto estándar de excelencia como hija, madre, esposa ama de casa y empresaria.
Esa creencia me acarreó a alejarme de la vida misma y a anestesiar mis emociones llenando agendas con reuniones y actividades que yo consideraba productivas, pero también añadí el consumo de medicamentos ansiolíticos y antidepresivos.
Con el tiempo y con el acompañamiento de varios maestros muy sabios, comprendí que la causa de este adormecimiento emocional inconsciente era el temor a enfrentarme con mis sombras y mis miedos.
Inicié un largo proceso de indagación, investigación y educación. Un proceso que se convirtió en un viaje interno profundo que requirió de valentía y coraje para romper las cortezas que durante años protegieron mi corazón y mi alma para que las heridas de distintas circunstancias no dolieran tanto. Me comprometí a abrir mi corazón y liberar historias del pasado. En un principio me pareció un territorio aterrador y extraño, sintiendo angustia y vergüenza al encontrarme con rincones secretos y oscuros, mientras me despojaba de vestidos, antifaces y trajes pesados que llevé puestos para protegerme de las expectativas con las que yo misma me vestí y adopté como disfraz. Ahora, sin esa carga, mi ser, mi alma y mi corazón se sienten ligeros.
Soy sensible. Soy honesta. No confundo esa vulnerabilidad con ser frágil o débil. Me anclo en mi luz y mi paz. Elijo estar presente y consciente y agradezco al escudo y la espada que sirvieron por años de coraza como defensa, y que hoy, ya no son útiles.
Abrazo mi corazón y a cada emoción que habita o ha vivido en él. Mi intuición es mi brújula. Y la elección diaria de vivir en amor, contrario al temor, la atesoro en mi botiquín de vida.
Camino y vivo con el propósito de pensar, hablar y actuar con base a la verdad, a la honestidad, a la libertad, a la expresión, a la autenticidad, siendo consciente de la fragilidad y errar tan propio de los humanos.
Confío, y cuando llega la incertidumbre o la duda, regreso a mi corazón. Me anclo en la luz, la paz y la claridad cuando a mi alrededor aparece la confusión, la oscuridad y el caos. Y, sin vuelta atrás, libero de corazas mi verdad.
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