Positivo: el diagnóstico más temido

Pese a que tomé las medidas necesarias, mi diagnóstico fue “positivo”. Me desmoroné, viví momentos de angustia, me agarró por llorar desconsolada y al llegar a casa mi rostro les dio la noticia a mis hijos.

Los cambios que la vida nos ha dado en esta pandemia son incontables, quizás algunas hemos sentido miedo e incertidumbre, pero hay que admitir que algunos han traído lecciones que nos fortalecen y que aunque se tomaron a la fuerza ¡llegaron!

Ante el panorama general y con enfermedades preexistentes, me preparé con todo lo que era necesario: lavar las manos constantemente, trabajar desde casa, no salir, comer sano, ejercitarme, tomar vitaminas, aislarme de mis amigas y mi familia -a la que estoy muy apegada- y todos los protocolos oportunos. Me llené de positivismo y procuré que llenara mi hogar.

El 2 de julio, cuando por algunos malestares que coincidían con los de Covid-19, decidí hacerme la prueba, debo decir que el pánico y angustia se apoderaron de mí antes de conocer el resultado, me resistía a vivir ese momento porque en verdad hice todo cuanto podía para cuidarme. Cuando vi el diagnóstico “positivo” me desmoroné, viví momentos de angustia, no puedo negarlo, me agarró por llorar desconsolada y al llegar a casa mi rostro les confirmó la noticia a mis hijos.

Recuerdo ver sus caras de angustia. Instantáneamente todos lloramos, nos abrazamos -aún sabiendo que podían contagiarse-, lloramos y lloramos.

Luego entendimos que nuestro buen Dios no nos abandonaría. Oramos juntos, pedimos porque no pasara más y así fue, Dios en su infinita misericordia me mantuvo en casa, con síntomas leves, pero que dejan grandes lecciones: la primera, a depender de Él en todo momento, aun cuando las circunstancias se ven devastadoras; la segunda a saber que siempre está ahí cuidándonos y protegiéndonos de cualquier mal, sí, de todo mal.

Las llamadas empezaron a llegar, los mensajes sonaban a cada momento haciéndome saber el amor de Dios, por medio de muchas personas que estuvieron dispuesta a ayudar en lo que fuera necesario. Se ofrecieron a cocinar, a llevarme comida, a hacer compras, a buscar medicamentos, a ofrecerme aparatos, a cuidar de mis hijos, ayuda económica, a orar por mí, y sentí cómo muchas personas, incluso sin conocerme se unieron en oración por mi salud y mi familia, tantas cosas con las que me sentí querida, apapachada, consentida y no me canso de agradecer.

Afortunadamente, mis síntomas fueron leves, seguí las instrucciones médicas al pie de la letra, me aterrorizaba la idea de verme en un hospital con esos aparatos. No suelo escuchar ni ver noticias porque abruman y entristece ver que la gente crea que esto no es serio, que esto es solamente una gripe. Aunque no tuve una mala experiencia sé que las cosas pudieron ponerse mal y que incluso podía morir.

Mi segunda prueba dio “negativo” ¡estoy libre del virus! El susto todavía no me pasa, jejeje y aunque los síntomas casi desaparecen mi fe aumentó, la certeza de que todo estará bien me inunda y el amor de Dios lo sigo viendo cada día, de muchas maneras.

Solo puedo decir que Dios ha sido fiel y tengo que reconocer que mis metas se replantearon, hoy tengo nuevas perspectivas, estoy dispuesta a cumplir la voluntad de Dios en mi vida y entiendo que los cambios son buenos, sobretodo si te tomas de Su mano.