“Ver a nuestros padres y entender su comportamiento y circunstancias en nuestra infancia puede darnos información valiosa sobre la niña que fuimos y que aún llevamos dentro”
Hay un viaje que toda mujer en proceso de rompimiento amoroso debe tomar y que la lleva a descubrimientos insospechados y muy liberadores. Eso es, si en ese proceso de rompimiento o divorcio puede hacer la pausa y habitar el silencio que requiere todo duelo para contemplar sin miedo, lo que ha ocurrido en su vida y así hacerse responsable de la parte que le ocupa en el final de la relación.
Es un viaje a un pasado que tiene mucha energía en el presente. Lo realizamos con el corazón abierto, no por mérito de la nostalgia o del dolor en sí mismo, sino porque los asuntos pendientes de ese pasado están más vigentes en el hoy.
Se trata de recorrido, de reencuentro con una niña muy especial que habita nuestro interior y nos acompaña en todas las etapas de la vida. Un viaje donde nos acercamos a las partes de nuestro ser que dejamos a un lado en el afán de convertirnos en la imagen de mujer que queremos encarnar.
Es normal que se queden relegados en los rincones de la mente esos eventos que marcaron nuestro corazón. Si somos conscientes de ellos los alejamos porque duelen, si no lo somos, simplemente no los vemos y las causas son una incógnita paralizante.
Lo cierto es que pasamos cada etapa de la vida evitando esa conversación con la niña que fuimos y haciendo de caso que lo que ocurrió, traumático o idílico, no es ni relevante ni útil para la mujer que soy hoy, pero es muy relevante, y el viaje se hace inevitable cuando el corazón adolorido por una ruptura nos pide respuestas para sanar.
Es frecuente escuchar que las mujeres buscamos a nuestro padre en la pareja y que los hombres buscan a su mamá. Que nos sentimos atraídos a las cualidades que más admiramos en nuestro progenitor del sexo opuesto para perpetuar el bienestar, o que buscamos lo contrario para balancear las carencias que vivimos.
En mi experiencia con clientes de coaching para superar la ruptura amorosa percibo que no es directamente una búsqueda del padre o la madre, tanto como un afán de repetir, de manera inconsciente, los estilos de apego que desarrollamos en la relación con ambos padres. Es buscar el patrón que conocemos y en el que sabemos funcionar, aunque paradójicamente sea disfuncional.
Me gusta pensar en el corazón como un fruto dicotiledóneo, de dos lados. Uno de amor, lleno de posibilidades, de sentimientos y sensaciones iluminadas, y otro de apego, de donde surgen las inseguridades, demandas y sentimientos en sombra. En materia de relaciones no es el amor el que nos falla, ese es infinito, inagotable y expansivo. Es el otro lado el que debilita y carga nuestra manera de interactuar, la parte de apego.
Tipos de apego
Existen tres tipos básicos de apego emocional que se desarrollan desde el nacimiento y la infancia: apego seguro, apego ansioso y apego evasivo.
El apego seguro es el que adquieren los bebés y niños cuyas necesidades básicas y afectivas fueron atendidas y resueltas efectivamente. La mitad de la población del mundo entra en esta categoría. Este apego es estable y sano lo desarrollan niños que se sintieron amados, acogidos y seguros durante esa etapa clave de gestación. Este estilo implica que sus padres probablemente tienen un apego seguro también, estaban en un momento propicio de sus vidas para traer un niño al mundo y que no había fuentes de estrés que alejaran mental ni físicamente a la madre del bebé. Las personas con apego seguro, en relaciones íntimas se comportan con honestidad, autonomía e independencia, son capaces de dar apoyo y estrechar vínculos afectivos.
En el caso de bebés y niños que vivieron circunstancias menos idílicas, con estrés, con padres cuyas limitaciones emocionales los hacían menos disponibles y estables, donde había demandas que alejaban a los padres del bebé, el tipo de apego que se desarrolla deja de ser seguro y entra en otras dos categorías: el apego ansioso y el apego evitativo o evasivo.
La mujer con estilo de apego ansioso está desesperada por recibir amor y afecto. Busca sentirse “completada” por su pareja y obtiene su seguridad personal de la atención que recibe en la relación. Comportamientos comunes de este estilo son el ser demandante, controladora, fácilmente alterada y celosa.
El estilo evitativo o evasivo, como su nombre lo dice, propicia que sean personas que evaden la proximidad emocional, temen ser lastimadas por la pareja y por ello, comúnmente las calificamos de frías o desinteresadas, “inaccesibles emocionalmente”. Sus comportamientos oscilan entre lo temeroso o desdeñoso: el que no se expresa y le teme a la intimidad, o el que ante demandas se aísla y trata con desdén a su pareja para protegerse.
La idea de mirar a la pareja como una proyección de los padres es sólo parte de la clave para sanar ya que no es a ellos per se a quienes buscamos como pareja, la clave está en cómo aprendimos a apegarnos a ellos. Y es que en el proceso de desarrollar el apego adquirimos nuestro sentido de seguridad, pertenencia y merecimiento. Ver a nuestros padres y entender su comportamiento y circunstancias en la infancia puede darnos información valiosa sobre la niña que fuimos y aún llevamos dentro. Entender cuál es nuestro estilo nos indica qué le hace falta a esa niña y nos marca el camino hacia la sanación.
Tu “yo” adulto atendiendo a esa niña en busca de amor y seguridad es el viaje más amoroso y sanador que puedes emprender.
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