La mujer de hoy, así como cosecha beneficios del progreso, también se encuentra frente a un mundo más exigente donde enfrenta batallas diarias.
Este mes, a donde sea que volteemos la mirada, encontraremos artículos, imágenes y frases de alabanza para la mujer. Es obvio ¡estamos celebrado el mes de la mujer! Aunque creo que en privado y en el corazón de cada individuo debería plantarse la semilla de celebración no solo a la mujer, sino a toda cosa buena que Dios nos da.
Me emociona ver cómo cada vez más la mujer va tomando un lugar protagónico en nuestra sociedad y su aporte está siendo realmente valorado por sus méritos y valía, más no relegada o ignorada por su género. ¡Claro! Todavía hay terreno que ganar…pero hemos avanzado bastante y eso es digno de celebrar con bombas y platillos.
La mujer de hoy, así como está cosechando los beneficios del progreso, también se encuentra frente a un mundo mucho más exigente donde las batallas son diarias y en múltiples campos a la vez. Desde la apariencia física, los compromisos de familia, ser líder o proveedora del hogar, las demandas del trabajo, en fin… tantos retos que superar y terrenos que conquistar.
La mujer ya no es sólo la ama de casa de aquellos tiempos, hoy tiene, obligatoriamente, aprender a ponerse diferentes zapatos propios de la tarea –y lo hace con mucha gracia y dignidad–. Madruga para hacer la lonchera de los hijos, luego encaramarse en los tacones altos para ir a trabajar, llegar a casa y ponerse las chancletas para terminar los quehaceres pertinentes, mientras se balancea entre ser buena esposa o cabeza de hogar, diligente mamá, sacar un poco de tiempo para ir al gimnasio y mantenerse bella y en forma, etc.
Otras tienen la oportunidad de trabajar en casa, pero los retos continúan siendo los mismos. Curiosamente conozco a dos nuevas mamás que han tenido que contratar a una niñera en su propia casa, para poder cumplir sus responsabilidades en el trabajo. No obstante, todas, al final de la noche y con la cabeza en la almohada, nos enfrentamos a ese momento de «crisis existencial» donde nos invade un profundo cuestionamiento acerca de quiénes realmente somos en esencia, las razones que nos motivan a seguir adelante combinados con el cansancio del día y las responsabilidades de la mañana que se acerca… Y no ayuda ver la vida “perfecta” de otras en las redes sociales. Que dicho sea de paso nos estimulan a ser auténticas, genuinas y divinas, pero irónicamente invitación real es ser y pensar como la corriente o tendencia actual.
Estamos de frente a un conflicto emocional y aun social que tiene que ver con las presiones externas y las que nos permitimos a nosotras mismas. Por alguna razón, la cultura del momento nos estimula a ser radicales en nuestra decisión interna de no ser «imitadora» de nadie, y ser «yo». A tal punto que nos vamos de un extremo a otro, sin considerar que en algunos casos, imitar no es dejar de ser auténtica. Por otro lado, consciente o inconscientemente, terminamos imitando lo incorrecto por falta de solidez en la identidad.
Ser auténtica es una virtud digna de aplaudir y de «imitar». Pero es necesario aclarar qué significa y cómo en algunos casos «imitar» no es tan malo.
Cuando nos referimos a una persona auténtica, hablamos de la originalidad y las peculiaridades en esa persona que le hacen única por diseño divino. Pero, sobre todo, y muy importante el grado de coherencia entre su mundo interno y externo, entre lo que hace, piensa, opina, quiere o necesita. Es decir, actúo como pienso, mis deseos van de acuerdo con lo que expreso, etc. Ahora bien, algunas características están ya definidas por nuestro ADN, pero muchas han sido formadas o influenciadas a través de los años por diferentes ambientes y experiencias en la vida.
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Ser genuina o auténtica no significa que debo –por ley– sucumbir a las emociones del momento, a darle rienda suelta a mi “Yo”, que no podamos cambiar de opinión o criterios si entendemos qué es lo apropiado. Abandonar algunas actitudes, abrazar otras y actuar coherente a esta nueva postura, no es traicionarme a mí misma. Por el contrario, estoy siendo fiel a mi responsabilidad de crecer y madurar. Nuestro carácter debe ir siendo moldeado para mejoría y así mismo se irá mostrando auténticamente a medida que actuamos fieles a ello. Nos estancamos en el no querer imitar para que no parezca que me “copio” de algo o de alguien.
Imitar lo bueno, lo que es digno no nos hace “falsas”. Al imitar lo bueno, se creará el hábito y se convertirá en parte de nuestra actividad de pensamiento y de nuestras acciones, por ende, se mostrará a medida que actuamos auténticamente. Debe haber un balance y una armonía entre mi ser y la posibilidad de imitar algo que conviene, sin temor a ser desleal a mi identidad.
Desde que nacemos tenemos un acta de autenticidad firmada por Dios, y como toda buena obra de arte, debe ir adquiriendo más y más valor con el tiempo. ¡Vive libre y vive auténticamente! Que tu autenticidad bendiga a otros y los invite a imitarte. Al final todos estamos buscando cada día ser más como Jesús. Que haya armonía entre tu pensamiento, comportamiento y actitud. Las puertas se abren y las oportunidades llegan a una persona realmente auténtica.
“Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”. 3ª. Juan 1:11
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