No quiero ser joven por siempre porque sé que Dios da la fuerza para superar la crisis de los 40, y Él permite que los sueños se cumplan sin importar la edad.
Hace un tiempo, si me hubieran podido conceder un deseo, hubiera pedido ser joven por siempre. Tener el conocimiento de ahora, con la energía, la figura, el cabello y las oportunidades de mis 20´s. ¿No sería eso increíble?
Cuando cumplí 38, me cayó como un balde de agua fría el hecho de que los 40 estaban a la vuelta de la esquina. Entender que la juventud se me escurría entre mis manos empezó a convertirse en una desesperación. Los cambios físicos no ayudaban en nada, no podía comprender lo que me pasaba: por la mañana estaba contenta, en la tarde estaba furiosa, de repente quería llorar, me sentía cansada y hasta mareada, los ciclos menstruales se volvieron una locura, de repente excesivos y el siguiente mes mi visitante rojo no se asomaba. A veces con un calor intenso y otras con ganas de no levantarme de la cama.
A los 39 sentía que mi vida pronto terminaría, ja, ja, ja. Lo sé ¡qué exagerada! pero así me sentí. Pensé que ya no habría oportunidad para soñar ni cumplir metas. Me lamentaba de no haber aprovechado mi juventud, de no sonreír más, de no haberme alimentado mejor, de no haberme ejercitado y hasta de no haber usado bloqueador solar. No podía creer que ahora los amigos de mis hijos me llamaban señora. ¿Señora? ¿Es en serio? Si por dentro aún soy joven, pensaba.
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Junto a la juventud también se escapaba mi delgadez. Gané 45 libras y mis cambios hormonales se tornaban más intensos que de costumbre, porque justo en ese período padecía de un trastorno de la tiroides llamado hipotiroidismo subclínico. Así que ahora era una señora con cambios de humor intensos, enferma, gorda y cuyos sueños tenían fecha de caducidad. Quería llorar por esa juventud que se escapaba para no volver jamás.
Mis amigas parecían estar tomándose muy bien eso de los 40, yo buscaba cómo animarme y dos meses antes de las cuatro décadas se me ocurrió diseñar unas playeras que me hicieran sentir poderosa e invencible. Con frases como “yo hago que los 40 luzcan bien”, “Ninguna mujer es perfecta, excepto aquellas que nacieron en 1977” y “Hecha en 1977, todas las partes son originales”, le enviaba un mensaje al cerebro para que procesara que todo estaría bien y que la vida no termina a los 40.
Finalmente, llegó el día, me cantaron feliz cumpleaños, comí pastel y con melancolía le di gracias a Dios por la vida que me daba. Con los días mi mentalidad empezó a ajustarse. Me di cuenta que una mala actitud no haría que el tiempo se detuviera, ni regresara. Así que decidí agradecer mis primeras cuatro décadas, entendí que renegar me amargaría y envejecería mi alma. Ya no quiero ser joven por siempre, pues sé que Dios me ha dado la fuerza para superar la crisis de los 40, y que con Él los sueños pueden hacerse realidad, sin importar a qué edad.
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