Ver a mi alrededor la necesidad y las injusticias me motivó a soñar con la transformación de mi nación, en el camino Dios abrió puertas para desempeñarme como una líder transformadora.
El camino para encontrar tu pasión o tu propósito no pasa de un solo. Creo que para la mayoría de nosotros es en el camino que vamos descubriendo qué es lo que nos llena de energía, cuáles son nuestras fortalezas y cómo podríamos usarlas.
Somos generalmente la combinación de nuestra familia y las circunstancias que nos rodeaban. En mi caso, soy el producto de una mamá que amaba ayudar a otros, era el mejor modelo de espíritu de servicio que he encontrado, y de mi papá que siempre ha sido emprendedor y resiliente. De ellos aprendí que el haber nacido en un hogar donde tenía acceso a una buena educación, un entorno privilegio en un país como el nuestro dónde muchas personas carecen de oportunidades.
Mientras estaba en el último año de bachillerato, mi necesidad de ayudar a otros me motivó a estudiar derecho, yo muy idealista pensé que con esa carrera podía ayudar a muchas personas. Sin embargo, fue duro ver la realidad de la carencia de valores, no solo en el sistema de justicia sino en muchas áreas de mi país. Eso en parte me llevó a ser una de las miembros fundadoras de Guatemala Próspera, una organización sin fines de lucro que nació para impulsar el liderazgo basado en valores por medio de programas en los que –sin costo– las personas pudieran desarrollarse y crecer.
A medida que la organización crecía también aumentó en mí el sentido de responsabilidad para equiparme para poder equipar a otros, saqué una maestría en Consejería Psicológica, tomé varias certificaciones fuera del país (en Salamanca, España; Cambridge, Inglaterra, Harvard, etc.) Lo que no podíamos predecir es que en el 2012 recibimos una invitación de John Maxwell, el experto internacional en liderazgo a ser partícipes en lo que después se bautizó como la iniciativa de transformación de países. Fue un gran reto y emoción que abrazamos como organización, sabiendo lo que esto significaba para Guatemala. El programa se lanzó a finales de junio 2013. Luego la fundación nos pidió ayudáramos al siguiente país de la iniciativa, Paraguay.
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Fue por ese tiempo que conocí a mi esposo David y recuerdo el día que le dije a Maxwell que no podría seguir como directora ejecutiva en Guatemala, ya que me casaba, él sonrió porque sabía que por él conocí a David. Sin embargo, para mí fue una sorpresa que me pidiera quedarme en el equipo de su fundación para seguir abriendo otros países y programas como Costa Rica y República Dominicana. Hasta ahora la iniciativa casi llega a 4 millones de personas en estos países y parte de esos millones, no de números, sino de personas está en mi país.
El fomentar el crecimiento de liderazgo basado en valores se ha vuelto mi pasión hace muchos años, para mí ver personas creer en su potencial y apostarle a su crecimiento propio es el mayor regalo que Dios me puede dar.
Ahora, dentro de las iniciativas de la Fundación Maxwell dirijo los programas Cambia tu mundo y Yo Lidero que están enfocado a jóvenes. Mi nuevo reto es llegar a más jóvenes en toda Hispanoamérica y Brasil. Paralelo, doy conferencias, coaching y mentoría a líderes que quieren seguir desarrollando su liderazgo. Estoy trabajando nuevos proyectos para brindar más herramientas a personas en el futuro. Creo, como nos dice John, que la única garantía que tenemos en el mañana está en nuestro crecimiento personal, y es por eso, mientras tenga fuerzas seguiré apoyando a las personas a trabajar en sí mismas para que se vuelvan los líderes que nuestros países necesitan.
Una causa muy cerca de mi corazón es apoyar el liderazgo de la mujer. Sobre todo, porque en mi crecimiento vi muchas mujeres empresarias y emprendedoras, que no se veían a sí mismas como líderes, es más yo llevaba años de estar liderando grupos sin pensar que yo lo era, fue hasta que aprendí que liderazgo era influencia y con eso trato de aprovechar cada oportunidad que me fue dada para afirmar y empoderar a mujeres y apoyarlas a que crean en sí mismas, ya que las siguientes generaciones necesitan de ellas para tener modelos palpables en nuestras sociedades.
Es un gusto y un honor ver a otras personas crecer. Espero, hasta el día que Dios me llame, haber sembrado hasta la última semilla que él me dio en alguien más.
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