Ya perdí la cuenta las veces que me han preguntado con un tono despectivo, expresión de sorpresa y hasta un pincelazo de lástima “y tú, ¿sólo eres mamá?

Fue así como comprendí que la maternidad se había devaluado, hombres y mujeres la habíamos devaluado reduciéndola a una simple función de reproducción o de etapa necesaria; como si fuese una tarea, un logro más en la infinita lista de cosas que alcanzar en esta vida. Hemos contribuido a perder de vista el valor eterno que tiene y la gran responsabilidad que representa.

Entonces creció en mí un mayor deseo de honrar la promesa que, cuando era pequeña, le hice a Dios. “Dios, dame una familia, te prometo amarlos y cuidarlos” Esa fue mi oración desde niña. Cada vez que me preguntaban “¿cuál es tu sueño más grande?” yo respondía “Ser esposa y madre”. Había en mi corazón un anhelo tan profundo y una convicción tan firme que jamás lo dudé ni me avergoncé de él.

Gracias a Dios y Su gracia tuve el privilegio de ver mi oración respondida; nació mi Santiago y con él la mujer que entró al hospital se transformó, salió otra.

Debo aceptar que siempre romanticé la maternidad y me ha sorprendido lo retadora que es. Desde el profundo miedo del parto en medio de la pandemia, la creencia que la lactancia sería un proceso totalmente natural y así tuve que aprender todo desde cero, los desvelos interminables que hasta hoy vivimos, la dirección que necesita mi hijo, la corrección para lo cual tuvimos que pedir múltiples conejos y confiar en hacer lo mejor y todo lo que falta por venir.

Me encontré haciendo y diciendo cosas que siempre aseguré que jamás haría y he tenido que someterme a formación y sanidad del alma para poder ser mejor mujer y mamá cada día. He aprendido a otorgarme y sentirme merecedora de la gracia que Dios tiene conmigo y he comprendido el poder del amor que cubre toda falta y supera todo obstáculo.

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Como madre, defiendo y protejo a mi hijo con todo mi ser. Y como hija, siento un compromiso de defender mi maternidad y la de todas. De reflejar la verdadera esencia de la maternidad con mi vida diaria, esa para la cual fuimos específicamente diseñadas y dotadas.

Me he sumergido en el proceso de comprender que la maternidad es el diseño de mi corazón, es la forma en la que puedo dejar un legado que trascienda más allá de lo tangible. Ser madre es enfocarme en los beneficios divinos y entender que soy constructora, edificadora y formadora, no solo de mi hogar sino del ambiente que hay en él y de los corazones que en él habitan.

Ser madre me ha dado más satisfacción de la que me pudo haber dado cualquier logro académico o profesional de gerenciar empresas. No puedo ni comparar la alegría que sentí al graduarme Cum Laude o al ser aceptada en un programa académico internacional como el de Disney Collage Program, con la plenitud de tener a mi hijo en brazos, de verlo crecer, amarlo y verlo dar fruto, aun a su corta edad.

Cuando lo veo comprendo que es en él en quien vierto todos los días fuerza, amor, tiempo, paciencia, energía y ternura, con la visión de que sea un buen hombre, que sea alguien que sume a su entorno, que sea feliz, pero sobre todo que cumpla con el propósito que le fue asignado desde antes de nacer y trascienda más allá de lo tangible.

Mi anhelo es que podamos celebrar el ser madres y hacer hogar. Que podamos descubrir en lo ordinario todo lo extraordinario que hacemos y somos. Y reconocer que nuestra semilla trascenderá por generaciones. Somos amigas, somos mujeres, somos madres y nadie es mejor o peor; todas estamos en el mismo hermoso camino.