¿Quién sabe cuántas veces Dios libra o protege a un hijo por la oración de una madre? Estoy convencida de que yo he llegado hasta acá precisamente por las oraciones que mi madre ha presentado por mí.
A partir del momento en que nos enteramos que seremos madres, nuestra vida nunca más vuelve a ser la misma: ilusión, agradecimiento, alegría y hasta miedo son solo algunas de las emociones que se incrustan en nuestro corazón desde ese instante.
Ser mamá es la profesión que nos dura eternamente. Nos desafían las etapas que van llegando con el crecimiento de nuestros hijos. Después de superar los 2, 3 y 4 terribles años, pensamos que ya pasó lo más difícil, cuando en realidad lo más emocionante llega con la adolescencia, que los especialistas clasifican en temprana (entre 10 y 13 años), media (entre 14 y 17 años) y tardía (18 a 21 años).
Mientras crecen vamos viendo cómo su personalidad se transforma, fortalece y demanda su espacio. Aquellas pequeñitas que eran felices con crayones y plastilina, de pronto tienen una actitud desafiante y autosuficiente.
En esa etapa, creo que todas las mamás nos preguntamos ¿qué hice mal? ¿En qué momento la perdí? ¿Cuándo me convertí en su enemiga? Buscamos respuestas en libros, que son buenos aliados junto a los terapeutas, así como los consejos de mamás que ya avanzaron en estas etapas, pero las dudas realmente se acaban cuando doblamos las rodillas delante de Dios, quien nos escogió para el puesto. Lo sé porque lo he vivido.
La maternidad es ¡un milagro!
Cuando mis hijas estaban de 1 y 2 años y medio, le pregunté a Dios cuál era Su propósito para ellas y me respondió a través de un amigo quien soñó la respuesta. Él me dijo que el Señor le había mostrado que usaría el carácter fuerte de mi hija grande… No sabía de qué se trataba hasta que llegó esa adolescencia media donde pude ver ese temperamento fuerte en su máxima expresión.
Y como no sabía cómo abordarlo, me refugié en esa promesa que recibí. Claro que eso no impidió que se generaran peleas y discusiones sin acuerdos, días largos y fines de semana en completa tensión y sin pasar por alto lo mala madre que me sentí en el proceso. Pero ¿saben qué? Dios no miente ni se equivoca. Me prestó dos niñas hermosas y confió en mí para formarlas, así que actualmente estamos en la adolescencia tardía y sigo descubriendo que Dios tiene el control…
A pesar de mí, Dios en Su misericordia ha guardado a mis hijas y yo me convertí en una madre que rinde todo en esos momentos de oración: sueños, frustraciones, miedos e ilusiones. Sé que Dios escucha nuestras oraciones, siempre. Él es un buen Padre que tiene planes de bien para nuestros hijos.
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Mis pequeñas tienen hoy 19 y 16 años, pero para mí siguen siendo mis chiquitas a las que amo profundamente, pero también sé que solo Dios puede estar con ellas en cada momento de su vida, solo Él puede guardarlas y protegerlas. Él va a cumplir en ellas el propósito que estableció desde antes de que nacieran, así que mi mejor forma de amarlas en orando por ellas, todos los días y en todo momento.
Las oraciones son al final de cuentas, el arma más poderosa de una madre. Eso se combina con las promesas que Dios nos otorga y eso debe llenar de paz el corazón de una madre, aun en medio de esos días de estira y encoge.
Todas anhelamos que a nuestros “pegostes” les vaya bien y para ello, lo más seguro es acudir a Dios, permitamos que Él nos revele cómo encaminar sus pasos, que nos llene de sabiduría y discernimiento para orar oportunamente por ellos. No olvidemos que el entorno en el que se desarrollan hay muchas amenazas a su crecimiento espiritual, así que seamos sabias para pedirle a Dios Su dirección.
No olvidemos que nuestros hijos son un milagro, sí, planeado o no, que tengan vida y que estén sanos ¡es un milagro completo! Agradezcamos a Dios por esos milagros que nos enseñan a ser mamás.
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