La maternidad es un milagro para muchas mujeres que deben esperar que su cuerpo esté listo para recibir la vida de un nuevo ser. ¡Celebro tener en mis brazos a ese milagro!
Recibí de sorpresa el mensaje que me invitaba a escribir en este espacio, no pensé que sería considerada algún día para escribir acerca de la maternidad. Hoy con lágrimas en los ojos escribo estas línea y sigo sin creer que soy yo, a quien hoy llaman mamá.
Tener un hijo fue mi sueño y por muchos años pensé que era un regalo que simplemente no estaba disponible para mí. Veía cómo a mi alrededor, amigas y familiares se convertían en madres y con felicidad e intencionalidad las acompañé en el camino, amando a sus hijos como “sobrinos”, esperando pacientemente el momento en el que llegaría ni turno.
A mis 24 años me diagnosticaron fibromas en el útero y una endometriosis severa, lo que me llevó a someterme a una cirugía de emergencia, luego varias cirugías más se sumaron hasta que en el 2019 vino el diagnóstico más temido: infertilidad clínica provocada por trompas atrofiadas.
Esas palabras destrozaban mi sueño de ser madre y llenaban de dolor mi corazón. Le comuniqué a mi esposo –en ese momento era mi novio– la realidad a la que nos enfrentábamos. Él con su corazón valiente, lleno de amor y fe decidió enfrentar conmigo este camino.
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Comenzamos un largo proceso de visitas a varios doctores, cirugías y tratamientos hasta que el 16 de febrero del 2022, el milagro de la vida se vio reflejado en una prueba de embarazo positiva. Una alegría inmensa llenó mi corazón, pero en poco tiempo, nuestra ilusión se vio opacada por una amenaza de aborto que otra vez, ponía en riesgo mi anhelo.
Fue duro encontrarnos ante esa impotencia y la fragilidad de la situación, pero afortunadamente es en esas circunstancias donde la fe cobra sentido. Así que nos aferramos a que Dios podría hacer algo para lo que la ciencia no tenía explicación. El tiempo de reposo los aprovechamos para llenarnos de fe, mientras yo no dejaba de contar los días para que la amenaza desaparecía. En el proceso Dios me llenó de ilusión, reemplazó el miedo en agradecimiento que me permitió retomar todo aquello que siempre había querido hacer: sesión de fotos, baby shower hasta comprar cositas lindas para su cuarto.
En palabras del doctor, mi bebé es un milagro, un luchador que se aferró a la vida, un sí de parte de Dios para nuestra familia. El regalo que anhelaba es hoy una realidad, Andrés es un hermoso bebé de casi 7 meses que ha venido a llenar mi vida de un amor que simplemente no conocía.
Luego de soñarlo, la realidad es que la maternidad no es color de rosa, me ha hecho morir a mí misma, a mis gustos, mis horarios, mis planes y poner el bienestar de alguien más como prioridad por amor. En los momentos en los que el cambio es la única constante, en los días cansados, y noches largas, decido recordar el largo camino hasta hoy y ver con agradecimiento que ya estoy cuidado a mi hijo.
He aprendido que la dicha de ser mamá, más allá de la fantasía y fotos perfectas de momentos ideales en redes sociales… es ser flexible ante los cambios, amar sin esperar nada a cambio y recordar que ahora hay una vida que aprende a través de mi, como es el mundo.
La maternidad me ha cambiado la vida por completo y para siempre. Ahora mi ilusión es verlo crecer y seguramente voy a enloquecer un poquito más cuando escuche que me llame mamá, el mejor título del mundo.
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