Los libros acompañan, de eso no hay duda. Cada vez que empiezo a leer uno, tengo la sensación de que estoy a punto de ganarme un amigo.
Hay tantas historias guardadas entre las páginas de los libros que reposan en los estantes de mi librera que sé que nunca voy a estar sola. Los libros acompañan, de eso no hay duda. Cada vez que empiezo a leer uno, tengo la sensación de que estoy a punto de ganarme un amigo. No siempre sucede, pero cuando eso pasa, cuando lo único que quiero es volver a casa para sentarme a leer, me atrevo a decir —utilizando un lugar común— que el mundo se vuelve un lugar mejor.
Han sido muchos los libros que se han convertido en amigos, muchos autores que han conseguido conmoverme. No tengo un autor favorito ni una historia favorita. Me sentiría injusta si así fuera. Pero sí tengo historias que recuerdo y atesoro más que otras. De algunas de ellas, de las que hoy brotan espontáneamente, es de las que voy a hablar aquí.
La ladrona de libros, de Markus Zusak
Este libro me sorprendió desde las primeras páginas. No solo por la historia que contaba sino cómo la contaba. En cada página, el narrador —la muerte— iba relatando lo que sucedería unos capítulos o páginas más adelante. La historia se adelantaba a mi lectura y, fuera de perder interés, hacía que avanzara embebida en las hermosas palabras con las que el autor contaba una historia bella, triste y estremecedora. Hubo una escena —que por supuesto no les voy a decir cuál es— a la que no quería llegar. Si hubiera podido, la hubiera cambiado solo para salvar al entrañable personaje del futuro que le esperaba. Por supuesto, eso no fue posible y, cuando llegué a ella, cuando sucedió lo que el narrador ya me había anunciado, me emocioné hasta las lágrimas.
Otra sorpresa que me regaló este libro fue conocer la bondad de la muerte. Escuchar a este narrador que muchas veces cumplía su trabajo con mucho dolor, consciente de que tenía que llevarse a gente inocente, fue para mí toda una revelación.
Kafka y la muñeca viajera, de Jordi Sierra i Fabra
Esta obra juvenil, basada en un hecho real de la vida del escritor Franz Kafka, habla de la bondad humana, de la imaginación de los escritores y de la adorable ingenuidad de la infancia. A través de unas cartas que él mismo escribía, Kafka consuela a una niña por la pérdida de su muñeca al tiempo que le hace ver que la distancia no tiene por qué ser sinónimo de olvido.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo
Pedro Páramo fue uno de los libros que me hicieron leer en el colegio. Quizá porque la juventud me mantenía distraída, en ese momento no me dijo nada. Hace pocos años volví a leerlo. Formaba parte la lista de libros que nos recomendaron leer en uno de los cursos que tomé sobre técnicas narrativas. Compré el libro con renuencia, pensando que si no me había impresionado la primera vez, no iba a hacerlo la segunda. Me equivoqué. Comala y sus fantasmas me sumergieron en el pueblo polvoriento donde los muertos seguían vivos. Me convertí en uno de ellos, me dolió cerrar el libro al llegar a la última página.
Tengo muchas historias que han enriquecido mi vida y muchos autores que se han ganado mi más profunda admiración porque, gracias a ellos, he aprendido a ver más allá de las palabras escritas en las páginas de un libro.
Comments (2)
Pepasays:
julio 31, 2019 at 4:18 pmMuy enriquecedora la narrativa de tu experiencia como lectora. No hay duda que me dejo mucha inquietud por leer más, y sobre todo muy clara. Bravo Patricia, a seguir escribiendo!!!????
Patricia Fernándezsays:
julio 31, 2019 at 9:19 pmGracias, Pepa. Tener el hábito de la lectura es una de las mejores cosas que tengo en la vida y me alegra mucho compartirlo con personas que comparten este gusto conmigo.
Patricia