
Con tres hijos de 7, 4 y 1 año, la primera semana de cuarentena me sentí abrumada, hasta que comprendí que debo hablar menos del virus y más de todo lo que alimente el corazón de mis hijos de esperanza, fe y confianza en Dios.
Desde que esto inició nos propusimos con mi esposo mantenernos en casa y salir lo menos posible, tomar precauciones y seguir cualquier indicación dada por las autoridades. Así empezamos a cambiar nuestro hogar.
Me considero una persona positiva, entusiasta, animada y coherente, pero la sobreinformación negativa me hizo una mala jugada. Déjenme les cuento. Tengo 3 hijos 7, 4 y 1 año respectivamente, el mayor es un niño curioso, muy atento y empático, pero sobre todo es un niño con emociones muy profundas, es decir, que llora con los que lloran y ríe con los que ríen, así es él.
El asunto es que esa primer semana estuvimos muy pendientes de las noticias, vimos todos los vídeos que hablaban del virus, todas las estadísticas y comentamos del tema en el desayuno, almuerzo y cena, cada vez que algo pasaba lo comentábamos con mi esposo… al terminar la semana mi cerebro estaba lleno de información, pero no la mejor información, llegó la noche del domingo y dormimos a los nenes como habitualmente lo hacemos, todo parecía normal, hasta que de repente, un grito aterrador se escuchó en la habitación de mis hijos, corrí a ver qué pasaba y encontré a mi hijo de 7 con los labios morados, angustiado, pegando de gritos, aterrado y diciéndome “estoy enfermo, no puedo respirar!”. En un instante me llené de miedo, terror, angustia, incertidumbre y colapsé. Delante de mi hijo me comporté serena, lo abracé, lo tranquilicé, oré y le expliqué que no era posible que estuviera enfermo, todo lo que le dije a él iba dirigido a mí.
Así de poderoso es el cerebro y de importante todo aquello que le metemos, al final el cerebro responde a aquello que vemos y escuchamos continuamente, mi esposo se asustó, no por el nene, si no por mí, yo estaba realmente descompuesta. Al final oramos juntos, mi hijo se calmó y se volvió a dormir, no tuvo una sola molestia adicional, yo lloré como nunca, abracé a mi esposo y él me estrechó tan fuerte hasta que regresé a mis cabales. Hablando con él entendí que mi hijo respondió a todo eso que escuchó durante la semana.
A partir de ese día cambiamos el chip, nos mantenemos informados de los lineamientos que debemos seguir y nada más. En esta casa se habla de lo bueno que es Dios, de todo lo que ya hizo, de Sus promesas, de las oportunidades que está situación nos da, de todo lo que haremos al salir y de lo afortunados que somos de estar juntos.
Le pregunté a mi hijo cómo se sentía con situación actual, él me respondió: “no sé mamá, yo solo sé que Dios me ama” y entonces entendí que la importancia de mi labor.
Esta cuarentena me ha enseñado, “que así como el hombre piensa, así es El”, que está situación es solo una oportunidad para confiar en aquel que ya lo hizo todo por nosotros, que debemos aferrarnos a la promesa de que Su presencia estará con nosotros a donde sea que vayamos, Él no duerme, nos cuida siempre. He aprendido a soltar eso que no puedo controlar y a descansar en que todo obra para bien a los que amamos al Señor.
Esta cuarentena, hablemos menos del virus y más de Jesús, cuidemos la mente y el corazón de nuestros hijos, llenándolos de esperanza, fe y confianza de que Dios está en control
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