La historia de mi histerectomía, a diferencia de muchas, empezó incluso antes de ser mamá. Sí, así como lo leíste, es el retrato de una histerectomía anunciada.

Cuando mi esposo y yo decidimos buscar nuestro primer embarazo parecía que algo pasaba porque la noticia no se concretaba a pesar de que todo parecía estar bien. Finalmente, después de un año encontraron un tumor en uno de los ovarios que fue removido con cirugía.

El resultado de patología fue «tumor de células de la granulosa con patrón trabecular del adulto» (está en chino, si lo sé jajaja), el punto es que esté tumor es de tipo borderline o limítrofe, es decir que dependiendo del estado en que se encuentre al momento del diagnóstico puede ser benigno o maligno, y el tratamiento final es la histerectomía con ooforectomía bilateral, en otras palabras es quitar útero y ambos ovarios para evitar que vuelva a presentarse. Esa es la razón de porqué mi histerectomía ya estaba sobre la mesa tiempo atrás.

Pasaron 9 años desde ese diagnóstico, en medio me encontré con una segunda cirugía para quitar el ovario y trompa de falopio izquierdos, justo donde se encontró el tumor, 2 hijos preciosos que llegaron inmediatamente después de retirar el tumor, mucho seguimiento médico que permitía verificar que no estuviera de regreso el tumor y honestamente, nada de ganas de bajarle al ritmo de vida para someterme a la cirugía que completaría el tratamiento.

Finalmente, después de varios procesos personales que me obligaron a bajarle la velocidad a mi ritmo de vida sentí que era la forma de Dios para decirme “bueno, ya te di tiempo, es hora de ser responsable con tu cuerpo”. Fue así como tomé la decisión de completar el tratamiento y someterme a la histerectomía + ooforectomía que tenía pendiente hace 9 años, así que en menos de un mes, ya estaba programado mi procedimiento.

En las cirugías anteriores me había ido muy bien, no estaba realmente ansiosa o preocupada por el procedimiento, más bien lo que me pesaba era pensar en lo lento del proceso de rehabilitación para volver a mi estilo de vida normal (incluyendo mi rutina de ejercicio).

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Para mí sorpresa, la noche poscirugía tuve bastante dolor y en la madrugada tenía náusea, pasé esas horas pidiéndole a Dios no vomitar, hoy me da mucha risa recordar mi angustia de esa madrugada, pero en ese momento solo podía pensar en cuánto más me iba a doler si vomitaba, al final me abstuve y salí del hospital bien, eso sí, con el abdomen muy, muy inflamado (se quedó así por una buena cantidad de días), pero muy agradecida con Dios de salir bien y sin rastros del diagnóstico inicial.

Con los días mi vida fue retomando su normalidad, excepto que aproximadamente a 50 días se me abrió un poquito la herida y honestamente, me morí un poquito. No les puedo explicar la frustración que sentí, ya me habían dado de alta y resulta que mi cuerpo reaccionó un poco mal a la sutura y después de todo ese tiempo la herida que ya había cicatrizado, se abrió.

Esa noche me revisé, pero estaba tan frustrada que decidí no hacer nada por todo un día, fue hasta el siguiente día que ya hablé con mi ginecólogo e hice lo que tenía que hacer. Y aunque aún sigo haciendo ajustes sobre lo que quiero y necesito hacer en mi proceso de recuperación después de la histerectomía, aprendí a concederle la gracia a mi cuerpo para recuperarse, a mi mente y corazón para procesar lo que estoy viviendo, a no forzar ni a apresurar los procesos, porque en medio de todos hay aprendizajes que me ayudarán a crecer y ser más fuerte.

Termino mi historia con ese mensaje, concédete tú también la gracia que necesitas para atravesar tus propios procesos, el Señor está contigo en medio de ellos.