Ojalá hubiera sabido todo lo que hoy sé sobre la endometriosis, quizás eso me hubiera motivado a priorizar mi salud y hacer tiempo para que la histerectomía no me saliera tan cara.
Llegó el momento de someterme a la operación, donde lo más importante era salvar mi matriz para darle a mi hija un hermanito y cumplir mi sueño de una familia de cuatro. Había un plan de acción, un tratamiento para lograrlo, sin embargo, la exploración se convirtió en una histerectomía.
Fue demasiado tarde, dijo el doctor, la endometriosis había comprometido la funcionalidad de mis trompas de Falopio, mis ovarios y todo el útero.
Las redes sociales nos bombardean con información, las revistas digitales nos brindan artículos interesantes y gratuitos, mientras Google nos escucha, así que informarse es más fácil que nunca. Hace escasamente una década la situación era diferente, no teníamos tiktokers o médicos con talentos didácticos digitales que nos explicasen qué es la endometriosis, sus síntomas y más importante aun, cómo prevenirla.
En redes sigo a chicas influencers que padecen de endometriosis y narran cómo viven su padecimiento. Me identifico con todo lo que publican y me han hecho pensar en cómo sería mi historia si hubiera sabido lo que estaba sucediendo en mi cuerpo.
Era septiembre de 2011, cuando en plena oficina del Tribunal Supremo Electoral, yo asistía el Departamento de Voluntariado, en pleno proceso electoral,.
Tenía 21 años y una hija de 3, me sentía muy agotada, hinchada y adolorida, mis períodos menstruales eran regulares, pero intensamente dolorosos. Trabajaba en el TSE de lunes a domingo ¡imposible que pudiera asistir a mi ginecólogo! Pasaron los meses y llegamos a segunda vuelta, yo continuaba con hemorragia, anemia y dolor constante.
El trabajo siempre ha sido mi prioridad, los sueños y metas, la universidad, mi hogar y sobretodo mi familia han estado por encima de mi salud. Terminó el proyecto en el TSE y en el 2012 yo iniciaba nueva etapa en un colegio de prestigio.
El médico ya me había mandado tratamiento hormonal, aun así la hemorragia no cesaba y comenzó lo peor. Una noche, mientras estaba en el supermercado, mi cuerpo expulsó algo que parecía un feto, el dolor intenso me hizo doblarme en la góndola de los lácteos. Era una contracción como esas que me dieron cuando nació mi hija, al llegar a casa, fui al baño y noté lo que había expulsado. El doctor me citó en su sanatorio. Tuvo que hacerme un legrado, y no, no era un feto, era el endometrio que dolorosamente mi útero expulsó.
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Dos meses después sucedió lo mismo y volví al quirófano. En cada legrado encontraban nuevos padecimientos, fibromas, miomas y pólipos. Llevaba 8 meses con una hemorragia intensa que se detenía únicamente 9 días al mes.
En el colegio estaban molestos, pues cada legrado me obligaba a descansar 8 días, y cuando la hemorragia era muy fuerte y manchaba el pantalón gris de mi uniforme, debía retirarme del establecimiento. ¿Qué director quiere en su equipo de trabajo a alguien así?
Mientras tanto el doctor requería hacer una operación de exploración para ver qué sucedía en mi útero, que debí posponer porque mis jefes no lo autorizaban hasta las vacaciones de medio ciclo escolar. Yo necesitaba el trabajo, no podía perder ese ingreso.
Finalmente, el momento llegó. Lo más importante era salvar mi matriz para darle a mi hija un hermanito y cumplir mi sueño de una familia de 4. Había un plan de acción, un tratamiento para lograrlo, sin embargo, la exploración se convirtió en una histerectomía.
Fue demasiado tarde, dijo el doctor, la endometriosis había comprometido la funcionalidad de las trompas de Falopio, ovarios y todo el útero. Por si fuera poco, hubo una complicación que casi me hace perder un riñón y me tuvo en reposo absoluto luego de 11 operaciones posteriores en 6 meses, 2 días en el intensivo y 8 transfusiones de sangre.
A las malas aprendí que hay que escuchar nuestro cuerpo y atenderlo; que los trabajos van y vienen, no deben ser prioridad, pues al regresar de los 6 meses de reposo absoluto me despidieron. Lo positivo fue que en aquella habitación de hospital, con un catéter en mi riñón, el Señor me mostró Su fidelidad y transformó el miedo, la desesperación y el dolor en valentía y fuerza.
Once años después, tras años de sometimiento, de ministración, de terapia para alcanzar la estabilidad emocional –que sigue en proceso–, puedo decir que no fue un trauma sino la oportunidad que Dios usó para transformar mi manera de pensar y ver mi vida como Él la ve.
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