Durante las semanas después de mi histerectomía tuve momentos de dolor y preguntas sobre cómo esta cirugía tan invasiva afectaría mi intimidad y relación conyugal, pero en Dios encontré las respuestas y la fuerza para seguir adelante.
En enero de 2019, a los 46 años, decidí someterme a una histerectomía. Como madre de dos hijas y pastora misionera, mi maternidad va más allá de los lazos biológicos, me ha permitido llevar el amor y la Palabra de Dios a comunidades necesitadas en la India y África, en esos viajes misioneros me encontré en regiones con escasas facilidades higiénicas, donde enfrentar los períodos menstruales era un desafío.
A finales de 2018, comencé a experimentar sangrados abundantes y dolores terribles. Descubrí que tenía varios fibromas en mis ovarios y el útero. A pesar de mi edad, mi ginecóloga me aconsejó considerar alternativas a la cirugía. Sin embargo, mi corazón anhelaba poder cumplir mi misión de ayudar a las comunidades necesitadas en esas regiones.
Durante uno de mis viajes, mientras me dirigía a presentar un nuevo programa de ayuda a más de 500 mujeres marginadas, experimenté un sangrado repentino y copioso. Sentí cómo la sangre empapaba mis piernas y zapatos, y la preocupación me invadió. En medio de la dificultad, las mujeres de esa comunidad se acercaron y me brindaron pedazos de tela para ayudarme a evitar manchar mi ropa. Me llamaron “madre”, lo cual confirmó mi creencia de que podemos ser madres de corazón, no solo biológicas.
Después de regresar y explicar mi situación a los médicos, descubrimos que tenía anemia. Compartí mi deseo de continuar con mi labor misionera y, con la gracia de Dios, obtuve la aprobación para la cirugía. El proceso postoperatorio fue un desafío físico y emocional, pero durante el proceso pude ver que Dios tiene un propósito de bien.
Durante las semanas de recuperación, tuve momentos de dolor y preguntas sobre mi futuro como mujer. Temía perder la vitalidad y juventud que había disfrutado durante años. Además, enfrenté temores sobre cómo esta cirugía tan invasiva afectaría mi intimidad y relación conyugal, pero me complace decir que esos miedos se disiparon por completo. Comprendí una vez más que el amor de Dios, activo en una pareja, nos lleva a la unidad y al cuidado mutuo. Mi vida conyugal se fortaleció y pude ver claramente que Dios también se preocupa por los detalles más íntimos de nuestras vidas.
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A lo largo del proceso descubrí una liberación y una fuerza interior que solo pueden provenir de Dios. Mi vida como mujer va más allá de mi capacidad para ser madre biológica.
Desde mi propia experiencia puedo decirle a cada mujer que enfrenta desafíos de salud o de cirugías, que Dios tiene un propósito para tu vida que va más allá de cualquier capacidad física. Cada mujer es un canal de amor, compasión y fortaleza y siempre hay un futuro prometedor esperándote.
Confía en el plan de Dios, incluso en las circunstancias difíciles. No estás sola, Dios te rodea con Su amor incondicional y te otorga la fortaleza para enfrentar cualquier desafío. Puedes ser madre en espíritu, bendiciendo a otros con tu amor y cuidado. Tu vida tiene un significado trascendental y valioso. Abraza la libertad y la fuerza que Dios te brinda y camina cada día con la certeza de que hay un futuro maravilloso esperándote.
Que la paz y el amor de Dios te acompañen siempre.
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