Quien ha pasado por una histerectomía se identificará con ese momento en el que hay que tomar la decisión de confiar en el milagro de tocar el borde del manto.

Hay una canción que habla de una mujer que al tocar el borde manto de Jesús logra recibir el milagro de sanidad del flujo de sangre que padeció por años. Justo esa canción vino a mi mente cuando empezó mi proceso. La canción ya me gustaba, pero a partir de mi proceso adquirió un significado especial para mí.

Todo empezó con un sangrado muy fuerte. Mi primera reacción fue ir con la doctora de cabecera, quien descubrió que yo estaba anémica. Después de unos meses de estar tomando hierro la anemia se volvió más fuerte y tres meses después noté que mi abdomen empezó a crecer. Volví con la doctora, el diagnóstico y el diagnóstico fue fibrosis e inmediatamente me  remitió con una ginecóloga quien me mandó a hacer una serie de exámenes y varios procedimientos, etc. 

Nunca olvido el día de la llamada del hospital. Fue un viernes, estaba en medio de una entrevista de mi trabajo, cuando el teléfono empezó sonar una y otra vez, yo no pude responder hasta que terminé la entrevista. No me dieron mucho información, más que era urgente que me presentara a emergencias. Después recibí otra llamada donde la enfermera me preguntó si me sentía mareada o con síntomas de desmayo, el nivel de anemia era de 6 y por eso debían tratarme de inmediato. Sin embargo, yo no me sentía mal. Ese fin de semana me tuve que quedar en casa para recibir un tratamiento de hierro el mismo lunes.

En el hospital me encontré en un ambiente de negatividad había muchas personas con expresiones de desesperanza, ante ello mi reacción fue orar: Papá Dios, declaro vida y sanidad en estos lugares, en especial para toda esta gente que está sin esperanza. 

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Mi ginecóloga me informó que el fibroma era más grande de lo usual, del tamaño de una naranja producto del tamaño inusual de mi útero. Yo no pude dejar de reírme cuando escuché sus noticias. Ella sorprendida me preguntó qué me parecía gracioso y yo le contesté, eso explica mis dos niños grandes. El primero pesó 9.6 libras, el segundo 8.5. Dos décadas después todo tenía sentido.

¿Qué se hace en este caso?, le pregunté. Confieso que la respuesta me inquietaba, pero en el fondo sentía paz. Hay que hacer una histerectomía, respondió. Sin embargo, el nivel de la anemia imposibilitó poner una fecha de inmediato.

Llegué a mi casa sintiéndome frustrada ante la incertidumbre, pero ahí, le dije a papá Dios, “No entiendo, pero confío en ti. En tres meses hice todo lo que debía y finalmente me dieron una fecha para la cirugía y pasé a sentir nervios ante el proceso incierto que estaba por vivir, pero Dios estuvo conmigo todo el tiempo.

A partir de este proceso pude ver con nuevos ojos a la mujer que la Biblia (Lucas 8:40-56) se refiere, que pasó 12 años con una situación como la mía. Para mí ahora es la mujer más valiente de la que he escuchado, aguantó dolor, molestias y hasta desprecios. Sin medicina avanzada o un lugar para someterse a una cirugía que quitara su dolor, llegó a tener algo mejor: valor para buscar el milagro. Supo que con fe que solo Dios podía hacer algo y lo hizo. 

Sé que hubo muchas personas orando por mí, no sé cómo explicarlo pero sentí sus oraciones  a través de una gran paz. Mi batalla fue conocer que Dios deseaba enseñarme paz y confianza en Su tiempo. Yo también toqué el borde de Su manto, mi fe la deposité en Él y por eso no sentí temor ni nervios, aunque escuché ese panorama difícil que los médicos me decían incluso su propia sorpresa cuando la misma doctora me explicó al día siguiente, que no tuvo complicaciones y terminó la operación una hora más temprano de lo que esperaban. La gran fibrosis era benigna y no se había pegado a otros órganos. Jesús estaba conmigo en ese quirófano, cubriéndome con Su manto.