Nuestro útero es como la cuna que alberga a nuestros pequeños que nacen en la tierra y en el cielo, pasar por la histerectomía es un proceso del que hablamos poco y damos por sentado que es fácil para todas.
Desde pequeña, uno de mis principales sueños y anhelos fue el ser mamá. Entre muñecas y juegos anhelaba con todo mi corazón poder abrazar a quienes serían mis hijos.
Nunca creí que concretar ese sueño sería todo un largo camino, lleno de inciertas paradas, aunque tampoco imaginé la oportunidad tan grande que tendría de ver a Dios obrar en el trayecto.
Cuando nos casamos sabíamos que teníamos un reto que enfrentar y una fe que accionar, reconocíamos que había una baja probabilidad de ser papás, pero en la ecuación nunca vimos que podía sumarse el padecimiento de pólipos y quistes repetitivos, que conllevaban múltiples visitas al quirófano y a varios médicos.
Recuerdo que nuestro primer embarazo llegó meses después de lo que yo esperaba. Ese momento en que pude cargar, acariciar y tener en mis manos a una niña sana fue cuando dimensioné el milagro.
Llena de fe e ilusión nos preparamos para el segundo embarazo. La noticia llegó cuando apenas tenía 8 semanas de gestación y empezó un camino de legrados… Entregar a un bebé que ya late en tu vientre es algo muy desolador, proceso que se prolongó por pólipos y más pólipos que hacían repetir la historia y prolongar el camino.
También un “falso positivo” llegaba para sumarse a la lista de desilusiones donde caíamos y debíamos levantarnos. Unos días era más fácil llenarse de ánimo para no rendirnos que otros, nos proponíamos usar toda nuestra fe, creyendo en un Dios que puede hacer todo de la nada.
Hasta que, contra todo pronóstico y diagnóstico, llegó el segundo milagro palpable: nuestra hija pequeña complementó nuestra familia y nuestra alegría llenó nuestro hogar y a toda la familia.
Pero mi salud seguía en riesgo. Un par de años después, el doctor al ver un nuevo cuadro de pólipos que se salían del rango de lo “usual”, me dijo “ya tienes a tus dos milagros, creo que la histerectomía es lo mejor para ti”.
Salí de la clínica con esa sensación de agradecimiento por nuestras hijas, pero a la vez con un sentimiento de pérdida. Programamos la operación y un día antes, en la noche, pude hablar con una amiga que estuvo muy pendiente de todo mi recorrido. Le confesé que no sabía por qué había llorado tanto esos días, pero que sentía que iba a perder algo, incluso me sentía malagradecida, pero no determinaba bien todas esas emociones.
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Recuerdo que le pregunté a amigas cercanas cómo les había ido y todas me hablaban de lo cómodo y felices que estaban, para ser honesta eso me ponía peor, porque mis sentimientos eran contrarios a lo que ellas expresaban.
Camino al quirófano hablé con Dios, iba cantado, llorando y al mismo tiempo dándole gracias por lo que fue y por los que no pude conocer. Afortunadamente mi salud se restableció, pero después de la cirugía esa extraña sensación estuvo ahí.
No fue hasta hace poco que empecé a aprender sobre la dualidad, esos momentos donde se pueden sentir varias emociones contrarias o extremas al mismo tiempo, y pude comprender que esa histerectomía significó cerrar un capítulo por el que soñé, oré y creí muchísimo, mientras aceptaba cada proceso en medio de ello. Despedirme del sueño de ser mamá de mil hijos y a la vez palpar y agradecer el milagro de la vida en mí.
La histerectomía es uno de los muchos temas y situaciones de las cuales estamos acostumbradas a no hablar o hablar poco, solemos mostrar que no pasa nada y vivir el proceso de forma aislada, pero es válido que puedas sentirte triste al despedirte de la cuna que dio vida a los sueños más lindos.
Hoy, un par de años después puedo contártelo en paz, disfrutándome como mamá, como esposa y como mujer. Finalmente pude despedir la cuna desde la gratitud y a través de cada momento que disfruto a mis hijas.
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