Solía pensar que amar a mi prójimo implicaba dejar que me trataran como se les diera la gana, que pedir perdón 70 veces 7 era mi parte, aunque no hubiera hecho nada malo.
Perdonar y pedir perdón no implica forzarnos a mantener una relación con esas personas que nos han hecho daño.
Hubo un tiempo en mi vida en que estaba famélica de amor y de atención, era fácilmente moldeable con tal de ser aceptada y amada. Si alguna persona me hacía un desplante, quería saber rápidamente qué hice mal y cómo podía arreglarlo para serle agradable. Las personas en general me importaban poco, pero, esa gente a la que se supone tienes que amar y te tiene que amar por llevar la misma sangre, por ser amigos o tu pareja, esa sí que me importaba, mi círculo personal lo era todo en mi vida.
Soy muy espiritual, creo mucho en Dios, y solía pensar que amar a mi prójimo implicaba dejar que me tratara como se le diera la gana, que pedir perdón 70 veces 7 era mi parte, aunque no hubiera hecho nada malo, que, si no me comportaba como “buena cristiana” y me dejaba pisotear, me perdería el cielo. Creía que lo disfuncional era normal y que debía permitir todo tipo de abusos de parte de todos. Me autocondenaba cuando quería liberarme de esa enfermiza manera de amarme que tenían varias personas allegadas a mí, porque Dios nos ordenó amar y perdonar. Lo entendía todo mal.
Reconozco que amamos en la manera en que aprendimos a amar, que nadie puede dar lo que no tiene, así que soy capaz de comprender y perdonar a quien me ama a medias, a quien me rechaza porque no le agrada cómo soy. Yo también era tóxica, solía amar con apegos, con celos, con manipulaciones y condicionamientos, era adicta a los dramas, a mendigar migajas de amor, a perseguir a quien me ignoraba, a dejarme manipular para que me aceptaran, era adicta a las relaciones enfermizas y a los altos niveles de toxicidad. Por eso soy capaz de pedir perdón por dañar a otros. Pero, perdonar y pedir perdón no implica forzarnos a mantener una relación con esas personas.
Poco a poco aprendo a amarme a mí misma y mientas más me amo, menos toxicidad permito en mis relaciones. He entendido que no es normal que tengas temor de ser tú y de expresarte frente a otros, que te menosprecien, que te responsabilicen por las decisiones o los comportamientos de otros, que te humillen, que te ignoren para castigarte y demás. Estoy decidida a soltar a cualquiera que me dañe emocionalmente, no me importa si es mi amigo o mi familiar.
Si te identificas con algo de lo que he escrito, quiero que sepas que el amor propio también es un mandato divino, así que, no te sientas mal por decir: “no gracias, así no quiero ser amada”
En la manera en que te ames, amarás a los demás, date permiso de ser feliz. No te acostumbres a amar ni a que te amen mal. Tú tienes la autoridad de romper los ciclos viciosos que te hacen daño.
El verdadero amor debe empoderarte, liberarte y llenarte de paz. Si eso no es lo que tienes, no te conformes con menos.
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