
La vida no es vida sin amor y sin libros. Para el caso, son lo mismo.
Si hay una pregunta que tememos los que nos dedicamos a esto de los libros (entendiendo de los libros en su variadísima extensión) es la de ¿cuál es tu libro favorito? Habrá quien pueda contestarla sin pestañear, no digo que no, pero a mí siempre me hace pensar en lo difícil que resulta dar un título concreto, porque, como todo en esta vida, depende.
Depende. Depende de las circunstancias de cada uno, no solo en el proceso vital en el que estás cuando te hacen la pregunta, sino también en el momento en el que leíste cada uno de los libros que recuerdas con pasión. He leído obras de arte que me han dejado indiferente porque no conseguía apartar de mi mente otras cuestiones; he leído novelas que, siendo honestos, no eran gran cosa, pero que en ese momento me salvaron la vida. Y es que cada historia tiene su momento perfecto y cuando se alinean los astros, ah, entonces ocurre la magia.
Me cuesta hablar de libros concretos que me han marcado, que son muchos, en cuanto a que tengo a un pequeño grupito de autores a los que sigo de manera incondicional. A algunos los conocí de niña o adolescente, esa edad maravillosa en la que hacemos nuestros grandes descubrimientos vitales y que marcarán nuestros gustos para el resto de nuestra vida; a otros los he conocido de adulta y he vuelto a revivir esa magnífica sensación de estar ante algo que te conmueve en lo más profundo.
Recuerdo la primera vez que leí a Ray Bradbury, uno de mis autores favoritos, con relatos como Hola y adiós o Reunión de familia, que me hacían llorar y maravillarme ante la simple idea de que alguien pudiera poner por escrito cosas tan bellas y tan sutilmente dolorosas. Aún conservo el volumen de relatos de Roald Dahl que mi madre me trajo de un viaje, en el que pude leer Pan comido, el relato sobre cómo se convirtió en escritor, un divertidísimo apunte autobiográfico que me llevó a plantearme la posibilidad de la literatura como un medio de vida. Cuando era adolescente estaba obsesionada a partes iguales con Lo que queda del día de Kazuo Ishiguro y con Hannibal Lecter, y creo que con eso os puedo resumir a la perfección mi adolescencia.
Alice Munro vino después, y aún me sorprendo de cómo puedo verme reflejada en mujeres tan alejadas de mí en todos los aspectos. Jesús Cañadas ha sido un descubrimiento reciente y me tiene fascinada con todo lo que escribe, ya sea novelas infantiles o historias sobre asesinos en un mundo apocalíptico. Lo mismo me ha ocurrido con David Mitchell, que ha hecho que si consiguiera escribir una milésima parte de lo bien que escribe él me moriría feliz en ese mismo instante.
¿Elegir solo un libro, un solo autor? Imposible. Sigo emocionándome hasta el extremo con Robert Louis Stevenson, a Enid Blyton la visito cada verano y no hay año no relea Jane Eyre. Y, al mismo tiempo, sigo leyendo sabiendo que a la vuelta de la esquina me esperan nuevas historias y nuevos autores de los que enamorarme, porque la vida no es vida sin amor y sin libros. Para el caso, son lo mismo.
Comments (1)
Patricia Fernándezsays:
julio 30, 2019 at 10:42 pmEnid Blyton también acompañó toda mi infancia… La granja del cerezo, La granja del sauce, Los cinco… Las gemelas, Las torres de Malory… Leí tanto de ella.