Desde que tengo memoria, mi experiencia con el aparato reproductor femenino ha sido llena de desafíos que me llevaron a creer en el sí de Dios, a pesar del no de la ciencia, hasta llegar a la histerectomía.
Siempre he bromeado que cuando llegue al cielo, después de abrazar y adorar a Jesús, le voy a pedir tiempo para acariciar a mis hijos que están con Él y luego me voy directo a presentar mis reclamos a Eva por las dificultades que su desobediencia marcaron en mi proceso reproductivo.
Desde mis primeros periodos menstruales padecí de dolores y tuve que acostumbrarme a tomar mil pastillas. En una ocasión el dolor me sobrepasó y acudí al médico que confirmó que tenía miomas y debido al tamaño y el lugar donde estaban era necesaria la cirugía. En total extrajo 9 fibromas, el más grande medía casi 11 cms. estaba atrás de la matriz.
Dos años después, en junio 17 mi novio me propuso matrimonio. Eso me motivó a visitar a la ginecóloga para que me ayudara a planificar mis embarazos. Los análisis y exámenes presentaban noticias poco alentadoras. Me dijo que mi matriz estaba avejentada, más grande de lo normal y deforme, así que no podría darme ningún método porque era imposible tener hijos. Ella concluyó que la ciencia no podía hacer mucho por mí, así que me motivó a buscar un milagro.
Ninguna mujer está preparada para recibir un diagnóstico tan contundente, yo respiré profundo y salí de la clínica con el corazón roto. Le hablé a mi novio, fui muy sincera al compartirle el diagnóstico completo: no podía darle hijos, así que le pedí que no nos casáramos. Él siempre ha sido un hombre de fe, me recordó que habíamos recibido una Palabra de parte de Dios que hablaba de “hijos” y agregó “yo te amo y no me caso contigo para tener hijos solamente. Vamos a creer en Su Palabra en todo momento”.
El diagnóstico hacía eco en mi corazón hasta que le oré a Dios y le pedí que me quitara todo afán y seguimos los preparativos de la boda que se celebró el 6 de octubre.
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Al regreso de nuestra luna de miel nos enteramos que ¡el Señor había hecho el milagro! En el primer ultrasonido para escuchar su corazón el doctor nos dijo que el bebé había fallecido una semana antes. Mi bebé había regresado con Jesús. Inmediatamente pensé ¿qué hice mal? Mi esposo, sin saber lo que pasaba por mi mente me dijo: ¡amor, Dios sigue siendo bueno! No fue tu culpa. Vamos a seguir creyendo por nuestros hijos.
Después del legrado pasé un tiempo de luto, tristeza y frustración. Le dije al Señor que me sentía como un niño al que le dan un dulce que deseaba con todo el corazón y después se lo quitan. En un servicio le clamé que me consolara. Me respondió a través de una amiga, fue el bálsamo que yo necesitaba.
Me llené de fe y regresé al médico. Me operaron por segunda vez para remover los fibromas y mi matriz estaba lista. A los 5 meses, quedé embarazada, fue un embarazo de alto riesgo, pasé en cama porque tuve varias amenazas de pérdida, mi Gustavo nació antes de tiempo, es mi niño todo terreno.
Cuando sentí que estaba lista para el siguiente embarazo, pasé nuevamente por una pérdida y Dios me envío a alguien más para darme llenarme de esperanza y sanidad.
Pasaron meses para que la noticia que esperaba llegara y cuando estaba por pedirle al médico “algo” que ayudara a quedar embarazada, recordé que Dios me había dicho que quedaría embarazada sin intervención médica. Efectivamente, quedé embarazada de Klaus. Un embarazo tranquilo que disfruté muchísimo.
En plena cesárea escuché que el doctor dijo literalmente: “No entiendo cómo quedó embarazada”. Al día siguiente me contó que mis trompas de Falopio estaban hechas un nudo, que no era viable que se diera un embarazo en esas circunstancias. Comprobé que mi Dios había cumplido Su Palabra. Mi Klaus también venía con todo, mi niño también es 4X4.
Dos años después de esa cesárea, empecé a tener muchas molestias con mi periodo, que se repetía cada 15 días con dolores desde la cintura a las rodillas. Las pastillas para el dolor no me ayudaban en lo más mínimo. Otra vez mi matriz ya no estaba funcionando bien, así que la histerectomía era el siguiente paso. La recuperación fue lenta e incómoda, pero al pasar los 40 días, todos los síntomas habían desaparecido.
En todo el proceso hubo oraciones, lágrimas, dolores en el corazón y en el vientre. No fue fácil cargar a mis dos hijos y entregar a dos más al cielo. Puedo decir que mi fe me sostuvo, los milagros se dieron en el tiempo de Dios, a pesar de que la ciencia dijo no, el que cuenta es el ¡sí de Dios!
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