
Muchos niños no pueden ser adoptados, pero todos necesitan un hogar temporal lleno de amor.
Hay decisiones que parecen pequeñas, pero que cambian el rumbo de toda una vida. En nuestro caso, esa decisión fue decir sí a abrir nuestro hogar y corazón como familia de acogimiento temporal.
Como familia siempre habíamos deseado adoptar. En la Palabra de Dios encontrábamos pasajes que nos recordaban la importancia de cuidar al huérfano y al vulnerable (Mateo 18:10-14, Salmo 10:14). Sabíamos que a Dios le importan los niños, pero tardamos en obedecer lo que Él ya había puesto en nuestro corazón.
Un día recibimos como obsequio dos entradas para la Cumbre ACH. No imaginábamos que ese evento marcaría un antes y un después. Al ver la necesidad tan grande que existía, entendimos que no podíamos postergar más. Comenzamos capacitándonos como mentores y acompañamos a una adolescente en Vida Para Niños. Fue una etapa hermosa que nos mostró algo evidente: muchos niños no pueden ser adoptados, pero todos necesitan un hogar temporal lleno de amor.
Nuestro primer acogimiento: dos princesas que cambiaron nuestra vida
Tras pasar el proceso y ser autorizados, recibimos a dos hermosas niñas. Nuestro hogar se transformó por completo: tiempo, recursos y fuerzas se volcaron en atender sus necesidades. Pero lo más sorprendente fue lo que aprendimos de ellas.
A pesar de sus batallas, sus sonrisas irradiaban esperanza. Se buscaban entre sí, se apoyaban mutuamente, y nos enseñaron a vivir más allá de nosotros mismos. Nos mostraron que el acogimiento temporal puede ser limitado en tiempo, pero infinito en amor.
Un año después llegó la despedida. Fue dolorosa, sí, pero también profundamente satisfactoria, porque partieron a una familia para siempre. Cumplimos la misión que Dios nos había dado, y aunque nos rompió el corazón, sentimos la paz de haberles brindado lo que necesitaban en ese momento de sus vidas.
También puedes leer: Porqué convertirse en una familia de acogimiento temporal
El milagro de ver restaurada una familia
Nuestro segundo acogimiento fue una pequeñita recién nacida. Desde el primer instante nos conquistó con su mirada profunda. Cada día celebramos sus logros, su risa y su curiosidad. Al año la entregamos nuevamente a su familia biológica, y en ese acto vimos la obra restauradora de Dios en acción.
Servir a estas niñas ha sido un honor y una bendición. Hemos visto milagros de cuidado y provisión, respuestas a oraciones sencillas y fuerzas renovadas en momentos de cansancio. No hubiera sido posible sin el respaldo de Dios, de nuestra familia, de nuestra iglesia y de amigos que nos apoyaron con lo más práctico: pañales, leche, ropita o tiempo para cuidarlas.
Lo que el acogimiento nos enseñó
No somos una familia perfecta. Somos una familia común con luchas, dudas y batallas. Pero hemos descubierto que en cada niña que llega encontramos una maestra: nos enseñan valentía, fe y amor.
Mi hija Elsy lo expresó con una madurez que me sorprendió:
“Llegaron a mi vida a sanar aquello que no habían roto, me dieron ganas de vivir.”
Y tenía razón. Mientras servíamos, nosotros también sanábamos. El acogimiento temporal puede ser un reto, pero es también una fuente inmensa de crecimiento y transformación.
Una oración y un llamado
Hoy seguimos adelante con esta misión, conscientes de que el amor de Dios nos capacita para dar más allá de lo que creemos posible. Nuestro deseo es que más familias puedan escuchar este llamado. Por eso oramos así: Señor, levanta hijos tuyos dispuestos a discipular a través del mentoreo, el acogimiento temporal, la adopción y el servicio a la niñez.
El acogimiento es temporal, pero el amor es permanente. Y cuando ese amor fluye de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, se convierte en eterno.
Deja una respuesta