La depresión es una enfermedad física no un déficit espiritual, es un mounstro que no siempre me hace caso a mí, ¡pero Dios sí lo hace temblar!
Para los psicólogos, la depresión es un trastorno mental, para los médicos un desbalance químico, para mí, el monstruo que siempre me acompaña y me muestra su horrible cara en los mejores momentos.
Crecí en la iglesia, como buena hija de pastor aprendí a llenar las expectativas. A pesar de que mi papá luchó para que no me encasillaran como “Hija de pastor” la gente esperaba perfección y yo… yo me convertí en Marry Poppins, que en la película su lema es “prácticamente perfecta en todos los sentidos”… Fue así como aprendí a esconder mis faltas, negar mi naturaleza y llorar a escondidas, detrás de un vestido de domingo. Durante 28 años logré mantener mis máscaras en su lugar y esta tarea la extendí a los dos años de mi noviazgo. Cuando estaba por casarme, se me presentó una crisis, mi futuro esposo se la atribuyó al estrés de la boda y asumió que acabaría pronto.
Era una mujer recién casada y en lugar de disfrutar esa etapa tan única, me costaba respirar y manejar los cambios, peleaba con mi esposo por cosas sin importancia, incluso en una ocasión traté de irme de la casa, pero me contuve… Me acostumbré a escuchar lo que todos me decían: “el gozo del Señor es tu fortaleza”.
Un año después nació Valentina, una bebé planeada y muy deseada. Mi embarazo fue perfecto, pero al tenerla en casa me invadió la tristeza y ansiedad, no podía ni ver a mi esposo y lloraba todo el tiempo. En ese tiempo pasé escuchando frases tan condenatorias como: “No estás orando”, “es que te alejaste de Dios”… De pronto noté que Mary Poppins se había escapado de mi vida y hasta me convencí de que mi esposo no me amaba.
Me tomó varios meses levantarme, entre ataques de ansiedad, ataques de ira y llanto incontrolable se pasaron los meses más valiosos de mi bebé. Mi esposo me repetía sin parar que lo que estaba pensando y viviendo no era real. Un día, sin previo aviso el monstruo regresó a su cueva y yo salí ilesa… hasta que nació Matías. La historia se repitió, mi esposo aguantó, para ese período yo ya había bautizado al monstruo y por eso fue un poco más fácil lidiar con él porque ya no buscaba convertirme en Mary Poppins, el “no es real” me daba fuerza y llamarle al monstruo por su nombre me permitió controlarlo rápidamente. No perdí meses, perdí días.
Me encantaría decirles que desde entonces, el monstruo no ha vuelto a aparecer, pero ya comprendí que me va acompañar toda la vida. La depresión es una enfermedad física no un déficit espiritual, por eso el monstruo no siempre me hace caso a mí, pero en este proceso puedo asegurar que ya ¡descubrí que Dios lo hace temblar!
Mary Poppins ya no es mi amiga, prefiero ser yo, una mujer común, llena de defectos y muchas cualidades. Aunque reconozco que no es fácil vivir con depresión, es mucho más difícil tenerla mientras me oculto detrás de la perfección. Tengo una familia que me ama, un esposo que nunca me dejó y un Dios poderoso de mi lado, imperfection is the new black!
Comments (1)
Bárbara Rendón de Ortegasays:
abril 8, 2019 at 11:01 amLa iglesia tiene tanto que aprender sobre la depresión. Te leo y me remonto hace 13 años atrás cuando sufrí esa depresión que en realidad es un monstruo espantoso!!! Todos mis cercanos pensaban que estaba endemoniada, incluso mi mamá buuu, lo que aumentaba mi ansiedad. Terrible escuchar las voces que te condenan y te mandan al infierno por pecadora!!!!
En mi caso fue un descontrol hormonal severo. Estuve medicada, pero como tú dices perdí los mejores momentos de mi hija.