Lo que para muchas parece un procedimiento normal, a mí me llenó de malos pensamientos y temor, aunque no fue la histerectomía en sí misma, sino lo que podría llegar después, el resultado de la biopsia.
Para resumir las últimas décadas de mi vida, debo decir que soy una profesional, mujer bien casada desde hace 30 años -mi esposo es un hombre que me apoya incondicionalmente– y mamá de dos hermosos hijos que llenan mi vida.
Hace 5 años, en los primeros meses del año, la preocupación me embargó cuando noté que mi ciclo menstrual no era normal. Sentí angustia y presentía que algo no estaba bien hasta tal punto que la ansiedad me llenó de temor, así que tomé valor y en un momento tomé el carro y fui con mi doctora. Ella se sorprendió al verme porque no tenía cita, pero me recibió y me envió a hacerme exámenes. Como lo intuí, algo no estaba bien y los resultados mostraban miomas dentro de mi útero.
Aunque no lo parezca, le temo a las intervenciones quirúrgicas y los resultados confirmaron algo que yo no quería escuchar. “Tendremos que hacer una histerectomía”, dijo la doctora. En ese momento me puse a llorar porque no sabía qué podría ocurrir antes, durante y después de esa intervención, pero mi mente iba más allá… el resultado de la biopsia.
Por la naturaleza de mi profesión, no me podía ausentar todo un mes al trabajo. Eso nos obligó a programar la cirugía para el mes de noviembre, casi 8 meses de haber empezado el proceso. Mientras más se acercaba el Día D más me moría del miedo–jajajaja ahora ya puedo reírme de eso–.
Créanme que no era miedo a morir, era temor por dejar a mis hijos y a mi esposo, dejarlos sin mi apoyo, sin mi amor y por qué no decirlo, sin mi protección. Mi esposo siempre estuvo conmigo dándome el soporte necesario, siendo la roca fuerte en donde yo siempre me apoyaba.
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Finalmente llegó el día, fue entre semana, me quedé sola en casa y aproveché el tiempo para rezar. A las 6 de la tarde me iba al hospital, así que no comí nada por indicaciones médicas, pero los nervios hicieron que poco antes de la hora sintiera sed, que tuve que aguantar.
La cirugía se llevó a cabo sin ningún problema, solo recuerdo despertar cuando los doctores me movieron (dentro del quirófano) porque estaban “sacando todo”. Tenía muchísimo frío y mi doctora, siempre fiel me decía: “Tranquila, ya casi terminamos”
La recuperación fue dolorosa, pero al haber pasado por 2 cesáreas yo ya sabía qué sentir y qué no. El resultado del laboratorio llegó y gracias a Dios el diagnóstico descartaba cualquier mala noticia y eso fue mi segundo aire.
Haber pasado por una cirugía en donde una parte de mi cuerpo es removida para prolongar mi vida no me hace menos mujer. Jamás me he puesto a pensar que no me siento completa y llena de vida. Al contrario, siento que ahora soy más feliz porque no tengo que ir al supermercado a comprar toallas sanitarias, ya no padezco de cólicos, ni todas esas molestias relacionadas al ciclo menstrual.
Probablemente mi reacción ante esta cirugía no es la de todas, pero es cierto que como mujeres vivimos y experimentamos las cosas de diferente forma. Incluso en estos procesos no podemos comparar nuestro caso con el de fulana o sutana, tenemos que vivir las cosas a nuestra manera.
Con propiedad te puedo decir que no hay nada escrito para que te despidas de tu útero, pero si te preguntas qué hay después de… Te diría que hay mucho por escribir en tu propia historia.
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