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Perdonar es una meta diaria

Perdonar es una meta diaria

Cuando me entran los aires de superioridad, donde creo tener el “derecho” de juzgar, sentenciar, censurar, murmurar, criticar o menospreciar; solamente veo hacia adentro y pido perdón por mi fallida humanidad.

¿En serio… sobre el perdón quieres que escriba?… mi primera reacción al escuchar la extraña y comprometedora petición de mi amiga, conociéndome tan humana y con “anger management issues”, ¡llevo un gremlin por dentro que se activa bien seguidito!

Les confieso me tomó varias semanas encontrar el valor y escribir lo que pienso, mayor valor tiene lo que creo y trato de practicar en mi vida, así que es ¡arriesgado exponerme!

Claro, les puedo dar el “párrafo adecuado” sobre el perdón de modo que me parezca un tanto a Sor Juana Inés de la Cruz o puedo ser real y humana comentándoles mi vivencia en este confrontador tema. Del dicho al hecho hay un gran trecho, tal como reza el refrán, es mil veces más fácil emitir una opinión inmaculada acerca del perdón que practicarlo.

Y puede ser un perdón hacia una misma -por haberme molido el dedo meñique del pie en la pared, por enésima vez- intentando no ser tan severa conmigo y callando la voz que a cada momento censura mi más mínima acción o reacción. 

Puede ser el perdón hacia quien comete diariamente injusticia, difícil ver a niños siendo explotados en los semáforos cuando siento que el alma me prende fuego y mi deseo natural es tener súper poderes para acabar con todos ellos de un solo, no sin una larga tortura, al estilo héroe de historieta.

O el perdón hacia las personas más cercanas, cuyas ofensas lastiman y son las que más duelen. Gestos, palabras, miradas o acciones que nos marcan la historia y nos dejan cicatrices en el corazón. Pueden ser estos dolores el hilo conductor de la historia de nuestra vida si elegimos el camino de la amargura para subsistir cada día, eso claramente no es vivir.

Pero el perdón es viable y casi mandatorio cuando se ve el interior. Al conocer todas mis falencias y torcidos pensamientos, viendo mi alma hacia dentro y reconociendo que soy humana y fallida. No soy perfecta, no tengo derecho de juzgar ni emitir juicio, nunca contaré con toda la información necesaria para emitir un veredicto justo y balanceado. No tengo la calidad moral para juzgar, ni mi actuar es siempre en la línea de la perfección. En resumen, no soy Dios ni me corresponde sentarme en el trono a juzgar a nadie ni nada.

Así que cada vez que me entran esos aires de superioridad, donde creo tener el “derecho” de juzgar, sentenciar, censurar, murmurar, criticar o menospreciar; solamente veo hacia adentro y pido perdón, por mi fallida humanidad.

Los años traen valiosos regalos como la valentía para quitarme máscaras y verme tal cual. La humildad para finalmente comprender que no soy poseedora de la verdad absoluta. La compasión para tratar de ver que detrás del “daño que me quisieron hacer” hay otra persona herida.

Perdonar es mi meta diaria, ya que en la cruz fui perdonada primero.

Mai Paiz Valiente, intensa y en proceso de redescubrimiento. Perfectamente imperfecta. En búsqueda de una vida con propósito, un día a la vez. Más cómoda que nunca en esta piel. Amante del café, de una buena carcajada y con la maleta lista para cualquier viaje.

Mariela Paiz – who has written posts on Ladrona de frases.


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