Aunque ocuparon un lugar importante en mi vida, hoy ya no están. Las perdí cuando no fui suficientemente consistente entre mis palabras y mis actos. Su ausencia me hace valorar más a las que siguen a mi lado.

Los resultados de un estudio aseguran que existe una fórmula química de la amistad: A = P + F + D + I. Amistad es igual a proximidad + frecuencia + duración + intensidad. Tiene sentido si pensamos en la proximidad que desarrollamos con las mejores amigas, la frecuencia con la que nos reunimos con ellas, las larguísimas conversaciones que nos vinculan y todo lo que vivimos de manera intensa a su lado.

Más allá de las explicaciones científicas es obvio que nuestra mejor amiga está ahí en las madrugadas, en las peleas con el amor de la vida, en las frustraciones profesionales o laborales, también cuando nos confirman el embarazo, vemos los detalles de la boda, al salir de una entrevista de trabajo o cuando aprendemos a manejar. No faltan en las noches de cumbia, cuando celebramos el amor o nos topamos con el desamor

Es impensable que no necesitemos amigas. No tener alguien con quien carcajearte hasta que te duela la panza o quien sostenga tu frente después de una noche de llanto y dolor. Quien te abrace después de una partida ¿qué sería de nuestra vida sin ellas?

La amistad se define como una relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre personas que no son familia. Llama mi atención el término confianza, creo que es el pegamento de todo, sin ella no existirían esas confesiones tan íntimas. Su confianza nos transmite seguridad.

¿Cuántas amigas te rodean?

Dicen que las verdaderas amigas se cuentan con los dedos de una mano y sobran. Muchas se establecen en diferentes etapas de nuestra vida. Las del kínder, las de la secundaria, las de la u y las de la oficina.

Mi vida ha sido medio itinerante. Crecí a orillas del lago de Atitlán, me mudé cuatro años a la cabecera, después me fui a Quetzaltenango y hace 27 años me establecí en la ciudad. Esos cambios corresponden a etapas escolares, donde me rodeé de amistades maravillosas que fueron parte de mis procesos.

Para mi buena suerte muchas siguen activas en mi vida. Aunque están físicamente lejos, están cercanas a través de Whatsapp apoyando y animando mis locuras y tengo la certeza de que me acompañan desde hace 27 años.

Debo revelar que algunas que ocuparon un lugar importante ya no están. Las perdí cuando no pude enfrentar verdades de frente o no fui lo suficientemente consistente con mis actos y palabras. Aunque extraño a algunas de ellas, me cuesta salir a buscarlas porque sé que demandarán tiempo que no quiero dar…  En ese balance hay que agregar aquellas que me hirieron cuando traicionaron la lealtad o me juzgaron incorrectamente, claro que ya las perdoné y por eso cada una sigue su propio rumbo.

En los últimos años he forjado algunos lazos con personas me han sostenido con sus oraciones y palabras de aliento en momentos clave de mi existencia. Basta un café o una cena para volver a sacar las carcajadas y la seriedad necesaria que nos pone al día y borra la ausencia.

También hay un selecto grupo con quienes compartí una etapa laboral maravillosa. Tanto marcó nuestras vidas que aunque son ocupadas y atareadas, se esmeran en mantener viva esa llama de la amistad a través de reuniones que son un refresco al alma y la memoria.

Hay un bando más reducido que se destaca por el adjetivo incondicional que sitúan al lado de sustantivos abstractos como paz, amor o respeto. Nuestras vidas ya no son como hace 20 años, nos vemos poco, pero el amor ha mantenido fundidas nuestras almas. Tenemos puntos de divergencia, pero lo que hemos vivido ha sido tan intenso que estamos unidas para la eternidad. Ellas no juzgan ni critican, me aceptan sin maquillaje y con todas mis imperfecciones. Soñamos con hacer un viaje, ojalá Dios nos permita cumplirlo para seguir acumulando anécdotas para nuestros días seniles, porque seguro vamos a envejecer juntas.